31/08(14/02/20) Prometedor drama libanés dirigido por Nadine Labaki, loable su denuncia del desamparo de la infancia, estimable sacudirnos las conciencias ante esta realidad que se esconde en la trastienda de las grandes ciudades, pero que en su devenir se excede en lo lóbrego, lo oscuro, no da respuestas, y su análisis geosocial se queda en la superficie de como los pobres son unos parias, y la única solución que parece dar es que no tengan hijos, esto atomizado por el hecho de que la propia Labaki hace el papel de abogada del infante protagonista que ha demandado a sus padres por haberlo traído al mundo, y que además apela al juez para que no tengan más hijos sus padres. Sin indagar en las desigualdades sociales que dan como fruto esta marginalidad que produce este inframundo y podredumbre social, muestra un ciclo negro en el que solo hace la fotografía, pero sin indagar en sus raíces, no da tampoco luz alguna de esperanza, parece regodearse en el dolor y la miseria (ejemplo es los nocivos planos con dron en que vemos planos aéreos de barrios marginales), para en el tránsito manipularnos sentimentalmente a la lágrima fácil al exponer la miseria absoluta.

Producido por Khaled Mouzanar, (encargado también de la música, además de ser el cónyuge de la realizadora), sacó una hipoteca de su casa para aumentar el presupuesto, con guión escrito por Labaki, Jihad Hojaily y Michelle Keserwany a partir de una historia de Labaki, Hojaily, Keserwany, Georges Khabbaz y Khaled Mouzanar. La película está protagonizada por el espléndido actor infantil refugiado sirio Zain Al Rafeea como Zain El Hajj, niño de 12 años que vive en los barrios bajos de Beirut. La película se cuenta en flashback, centrándose en la vida de Zain, niño al que el guión se excede en darle demasiada madurez (pero si incluso lo muestra de modo increíble como ‘traficante’ autodidacta de drogas), tanta que resulta chirriante ver comportar así con su poca edad, siendo el bloque central su encuentro con una inmigrante etíope Rahil y su pequeño hijo Yonas. Es la película árabe de mayor recaudación y la película de Medio Oriente con mayor recaudación de todos los tiempos, después de convertirse en un éxito en la taquilla internacional con más de $ 68 millones en todo el mundo, contra un presupuesto de producción de $ 4 millones. Su mayor mercado internacional es China, donde se convirtió en una superproducción sorpresa con más de $ 54 millones.

Nadine Labaki describió la concepción de la película: ‘Al final del día,... los niños realmente están pagando un precio muy alto por nuestros conflictos, nuestras guerras, nuestros sistemas y nuestras estúpidas decisiones y gobiernos. Sentía la necesidad de hablar sobre el problema, y estaba pensando, si esos niños pudieran hablar, o pudieran expresarse, qué dirían? Qué nos dirían, esta sociedad que los ignora?’. Muchos de los actores eran novatos (incluido el joven protagonista), lo que Labaki describió como necesario, quería "una verdadera lucha en esa gran pantalla". Al Rafeea contribuyó a dar forma al diálogo de la película, basándose en sus experiencias como refugiado que vive en un barrio pobre. En cuanto al título, se refiere a la ciudad en el Mar de Galilea donde se suponía que Jesús había enseñado en la sinagoga y curó a los enfermos, Capernaum nunca se pronuncia ni se alude; el paralelismo entre la precocidad de Jesús y la de Zain puede ser la conexión.


El desarrollo del film es un recorrido tortuoso por el sufrimiento infantil, con matrimonios de conveniencia con niñas, el hambre, abusos, violencia contra ellos, tráfico de niños, además de tocar la inmigración ilegal, y de las rancias tradiciones islámicas. La directora abusa de lo sentimentaloide al mostrar a un niño desvalido (hasta le hace beber agua sucia), no le da siquiera un momento solaz, su sonrisa no parece hasta el plano final, tanta negrura termina por insensibilizarme. Quedándome clara la intención de Labaki al querer empujarme a base de secuencias crudas una tras otra, en un encadenado que no sabe medir y reitera, anhelando que lagrimee, pero sin ahondar en las causas, simplemente lanzándome crudeza desgarradora, gustándose en mostrar problemas (de los niños, de refugiados, de papeles de inmigrantes, del costumbrismo atávico, de la pobreza extrema que lleva a la desesperación). La directora hace una foto, pero no se adentra en ella.

Pero en este inframundo de pobreza y necesidad no hay más rebeldía que la de este niño de 12 años, mientras todos a su alrededor son especies darwinistas que sobreviven como pueden, en muchos casos aprovechándose de los más débiles. La película resulta cuasi-documental en su exhibición naturalista de esta indigencia, gracias a la notable cinematografía de Christopher Aoun, siendo el núcleo en este sentido el tramo en que Zain se queda de canguro de un bebe sine die, habiendo un bloque cuasi-sin palabras en que vemos un metraje que se excede en mostrar las penurias en que intenta el niño cuidar al bebe, para ello arrastrará al bebe por la ciudad buscando como llevar alimentos para los dos, pero esto resulta reiterativo, la cineasta parece insegura y se alarga en un minutaje en el que al dilatarse hace que el espectador (o sea yo) termine por enfriarse. Durante esta sub-trama se incrusta la odisea de la madre del bebe, atrapada en medio de la infernal burocracia de los sin papeles, que la lleva a prisión, sintiéndose este tramo un apósito orgánicamente metido con fórceps para seguir con su radiografía de los males del mundo. Tampoco ayudan los insertos del juicio, descolocan bastante. Como tampoco suma que todos los personajes son monocordes, ninguna evoluciona, todos tienen la misma personalidad de principio a fin, no sientes un desarrollo humano. No es que sea mala la película, es que tras leer muchas criticas esperaba mucho más, y me ha quedado una cinta fallida en el sentido de quedarse a medio camino.