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Voto de TOM REGAN:
8
8,3
12.149
Drama
Kanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida. (FILMAFFINITY)
20 de junio de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
125/14(17/06/17) Clásico imperecedero del maestro Akira Kurosawa, dirige una de las grandes obras humanistas de la Historia del Cine, una brillante oda a la vida, a disfrutar de ella, a buscarle el sentido, lástima que en sus últimos 40 minutos la intensidad baje por un cambio de rumbo chirriante. Escrita por el propio realizador junto a Shinobu Hashimoto (“Los 7 Samuráis”), y Hideo Oguni (“El infierno del odio”), inspirándose en parte en la novela de Leo Tolstoy “La muerte de IvanIlyich” (1886), de acuerdo con Oguni, la génesis era que AK deseaba hacer una película sobre un hombre que sabe va a morir, y quiere una razón para vivir por un tiempo corto. Inicialmente, AK dijo a Hashimoto que al protagonista le quedarían 75 días de vida, y que se podría dedicar a ser un criminal, un sin hogar o un ministro del gobierno. Los guionistas consultaron novela corta “La muerte de Iván Ilich” de Leo Tolstoy, y Oguni prevén la muerte de Watanabe a mitad del film. AK dictó la famosa escena final en el columpio. Radiografía como hacerse mayor no es haber vivido, se nos habla de cómo nunca es tarde para encontrar algo por lo que vivir, reflexiones profundas sobre la vida y la muerte, sobre cómo afrontar situaciones límite. Se hace una crítica feroz a la pesada y antipersonal burocracia, y se ataca el materialismo que muchos hijos tienen hacia sus padres. Tiene entre sus muchos alicientes, además de la fenomenal labor de AK, un protagonista glorioso en Takashi Shimura.
La cinta se convierte desde su inicio en una fábula poderosa en su contendido de retratar las vidas vacías, que viven por inercia, que pasan por el mundo sin dejar huella, Watanabe se convierte en epítome de esto. La película se puede dividir en cuatro partes marcadas cronológicamente:
La primera es la presentación del protagonista y de su contexto social y familiar. Un anodino tipo que transcurre su trayectoria vital en medio de una rutina robótica, solitario y taciturno, sin aficiones, vive en medio de la nada, consumiéndose en un vacuo trabajo, y que de pronto se encuentra con que sus días en este mundo expiran en pocos meses, una condena a muerte y entonces se replantea su gris e intrascendente vida, situado frente al abismo hace retrospectiva de su pasado y encuentra la nada, el vacío existencial, su vida ha sido una brisa floja a la que nadie prestará atención; Segunda parte, Watanabe decide buscar redención a sus insípidos días, primero en el libertinaje, en las borracheras, la fiesta, la lujuria, la música, pero entonces encuentra que esto tampoco le llena, esto mostrado en un estremecedor momento en que pide él le canten la melancólica canción de 1915 "Góndola no Uta"(La vida es corta), marcando una cambio en Watanabe, el hedonismo no es la solución, no le da la felicidad; Tercera parte. Se inicia con la huracanada (por el frescor) y rejuvenecedora visita a Watanabe de Toya, joven extrovertida y alegre, con ella se siente revitalizado y vigorizado, se convierte en un ángel que le insufla energía, pero al final tampoco significa su felicidad, la grieta de edad les separa enormemente, pero sin embargo le da la clave para reimpulsarse, cuando ella con su sencillez le muestra cual puede ser el camino para hallar sentido a su vida mediante el altruismo social, y con ello encontrar emociones y dignidad, marcando alegóricamente su renacimiento cuando oímos de fondo la canción “Cumpleaños feliz” en una celebración; Y su cuarta y última parte acontece durante el funeral de Watanabe, la reunión de conocidos que disertan sobre sus últimos meses de vida y su extraño comportamiento obsesionado con que se pudiera construir un parque. Esto mostrado mediante flash-backs retrospectivos en que vemos a Watanabe volviendo a su trabajo, haciéndonos ver que incluso la labor más ordinaria puede tener su recompensa redentora. Esta parte resulta pesada y disonante con todo el resto, rompe la fluidez natural del metraje anterior, me queda torpe y arrítmica, un tiro en el pie que la impide (a mi modesta opinión) ser perfecta. Quiere mostrarnos la hipocresía de la sociedad, y esto ya quedaba patente anteriormente, y lo que es peor cae en la caricatura, sus comentarios en nada suman y si lastran. Un segmento redundante y poco sustancial, intenta elevar la metamorfosis del protagonista mediante las disertaciones de asistentes y me queda un subrayado excesivo, rompe la hermosa sinfonía increscente a la que asistíamos, que solo vale la pena por su Magno final del columpio.
Kurosawa denota una enorme sensibilidad, con una dirección prodigiosa, con voz en off que nos presenta la situación que en cierto modo me recuerda ala “Que bello es vivir!” (1946), tan diferentes y tan similares. Luego el director combina con habilidad epicúrea los momentos de silencio propios del cine mudo y que hablan mucho (esas imágenes de Watanabe compungido, apagándose encorvado…) de la personalidad del protagonista como de los diálogos punzantes e inteligentes, de los que se extraen incisivas reflexiones sobre la Condición Humana, mostrando la odisea vital de transformación del protagonista de modo gradual y constante, llegándonos su desorientación, su tristeza y luego su esperanza, su viaje de vivir en las sombras durante 30 años a salir a la luz que él mismo se trabaja.
Hay un ataque demoledor contra las burocracias de ventanilla, contra un funcionariado aletargado que no se preocupa por los clientes, esta patente desde la demoledora escena con que se inicia el film, majestuosamente filmada en plano subjetivo, solo al final veremos a las mujeres, pero durante un tramo asistiremos a cómo van rotando a unas ciudadanas que piden un parque de un mostrador a otro, de una planta a otra, de un departamento a otro, ello en una espiral diabólica, donde el sinsentido es el modus operandi de estos burócratas desalmados. A pesar de esto el protagonista es capaz de hacer ver que estos burócratas si pueden servir a sus ciudadanos y no solo ser bustos apáticos;… (sigue en spoiler)
La cinta se convierte desde su inicio en una fábula poderosa en su contendido de retratar las vidas vacías, que viven por inercia, que pasan por el mundo sin dejar huella, Watanabe se convierte en epítome de esto. La película se puede dividir en cuatro partes marcadas cronológicamente:
La primera es la presentación del protagonista y de su contexto social y familiar. Un anodino tipo que transcurre su trayectoria vital en medio de una rutina robótica, solitario y taciturno, sin aficiones, vive en medio de la nada, consumiéndose en un vacuo trabajo, y que de pronto se encuentra con que sus días en este mundo expiran en pocos meses, una condena a muerte y entonces se replantea su gris e intrascendente vida, situado frente al abismo hace retrospectiva de su pasado y encuentra la nada, el vacío existencial, su vida ha sido una brisa floja a la que nadie prestará atención; Segunda parte, Watanabe decide buscar redención a sus insípidos días, primero en el libertinaje, en las borracheras, la fiesta, la lujuria, la música, pero entonces encuentra que esto tampoco le llena, esto mostrado en un estremecedor momento en que pide él le canten la melancólica canción de 1915 "Góndola no Uta"(La vida es corta), marcando una cambio en Watanabe, el hedonismo no es la solución, no le da la felicidad; Tercera parte. Se inicia con la huracanada (por el frescor) y rejuvenecedora visita a Watanabe de Toya, joven extrovertida y alegre, con ella se siente revitalizado y vigorizado, se convierte en un ángel que le insufla energía, pero al final tampoco significa su felicidad, la grieta de edad les separa enormemente, pero sin embargo le da la clave para reimpulsarse, cuando ella con su sencillez le muestra cual puede ser el camino para hallar sentido a su vida mediante el altruismo social, y con ello encontrar emociones y dignidad, marcando alegóricamente su renacimiento cuando oímos de fondo la canción “Cumpleaños feliz” en una celebración; Y su cuarta y última parte acontece durante el funeral de Watanabe, la reunión de conocidos que disertan sobre sus últimos meses de vida y su extraño comportamiento obsesionado con que se pudiera construir un parque. Esto mostrado mediante flash-backs retrospectivos en que vemos a Watanabe volviendo a su trabajo, haciéndonos ver que incluso la labor más ordinaria puede tener su recompensa redentora. Esta parte resulta pesada y disonante con todo el resto, rompe la fluidez natural del metraje anterior, me queda torpe y arrítmica, un tiro en el pie que la impide (a mi modesta opinión) ser perfecta. Quiere mostrarnos la hipocresía de la sociedad, y esto ya quedaba patente anteriormente, y lo que es peor cae en la caricatura, sus comentarios en nada suman y si lastran. Un segmento redundante y poco sustancial, intenta elevar la metamorfosis del protagonista mediante las disertaciones de asistentes y me queda un subrayado excesivo, rompe la hermosa sinfonía increscente a la que asistíamos, que solo vale la pena por su Magno final del columpio.
Kurosawa denota una enorme sensibilidad, con una dirección prodigiosa, con voz en off que nos presenta la situación que en cierto modo me recuerda ala “Que bello es vivir!” (1946), tan diferentes y tan similares. Luego el director combina con habilidad epicúrea los momentos de silencio propios del cine mudo y que hablan mucho (esas imágenes de Watanabe compungido, apagándose encorvado…) de la personalidad del protagonista como de los diálogos punzantes e inteligentes, de los que se extraen incisivas reflexiones sobre la Condición Humana, mostrando la odisea vital de transformación del protagonista de modo gradual y constante, llegándonos su desorientación, su tristeza y luego su esperanza, su viaje de vivir en las sombras durante 30 años a salir a la luz que él mismo se trabaja.
Hay un ataque demoledor contra las burocracias de ventanilla, contra un funcionariado aletargado que no se preocupa por los clientes, esta patente desde la demoledora escena con que se inicia el film, majestuosamente filmada en plano subjetivo, solo al final veremos a las mujeres, pero durante un tramo asistiremos a cómo van rotando a unas ciudadanas que piden un parque de un mostrador a otro, de una planta a otra, de un departamento a otro, ello en una espiral diabólica, donde el sinsentido es el modus operandi de estos burócratas desalmados. A pesar de esto el protagonista es capaz de hacer ver que estos burócratas si pueden servir a sus ciudadanos y no solo ser bustos apáticos;… (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
… Tampoco queda muy bien la sanidad japonesa, la vemos tratar a los pacientes de modo condescendiente, muy paternalista, como si fueran niños los enfermos y no pudieran estar preparados para las malas noticias y prefieran los médicos dar placebos; Asimismo se hace una feroz crítica las relaciones paterno-filiales, al modo en que es retratada la generación de que vemos en el hijo del protagonista, solo preocupada porque su padre le deje al morir lo más posible, poco (o nada) interesada en saber lo que sienten y padecen sus padres, ejemplo espléndido es cuando el padre se sienta frente a su hijo a contarle lo de su cáncer y el hijo lo interrumpe para darle una regañina, quizás se quiere mostrar con ello una alegoría de una nación antes Imperio y entonces ocupada por el vencedor USA, y que se ha quedado huérfana de referentes y con ello ha perdido la dignidad.
Takashi Shimura realiza una actuación portentosa expresando con su gestualidad el abatimiento y desesperanza, un arco desarrollo sutil pero muy sentido, con ecos al Emil Jannings de “El último” (1924), de una expresividad doliente, angustiosa, mostrando con su hijo una entente cortante y frustrante, contrapunto la enternecedora relación Toya, destilando dulzura, con solo 40 años el actor (ayudado por su fenomenal caracterización) consigue emitirnos ser un cadáver en vida, con sus ojos apagados y su rostro pesaroso, mostrando una intensidad fabulosa; Miki Odagiri como la hipervitalista chica que encandila al protagonista, encarna a Toya de un modo radiante, arrollador, una fuerza de la naturaleza por la electricidad vivaracha que emite; Yûnosuke Itô como el guía de la noche y sus perversiones compone a un personaje con mucha garra, sin caer en la sobreactuación; Nobuo Kaneko como el hijo insensible demuestra muy bien la cicatería desgarradora de donde no hay amor y solo interés económico.
La puesta en escena dentro de ser una obra minimalista demuestra enorme vigor para transmitir el mensaje y estado de ánimo del protagonista, con un gran diseño de producción de Takashi Matsuyama (“Rashomon” o “Los 7 Samuráis”), expresando el mundo ordinario de la burocracia con esas montañas de papeles que rebosan las estanterías, mostradores y mesas y que solapan a los funcionarios, o esas fiestas a las que asiste Watanabe, o por supuesto ese parque bucólico que vemos nevando. Esto atomizado por la fotografía en glorioso b/n de Asakazu Nakai (“Los 7 Samuráis” o “Ran”), ya fascinante desde el principio cuando seguimos en subjetivo a las madres por el laberíntico ayuntamiento, o con esas primeros ultra-expresivos primeros planos de un Watanabe, o esas tomas en que es capaz de seguir acciones en segundo plano (como cuando vemos al fondo la celebración de cumpleaños), o los contraluces sugestivos, o con las profundidades de campo para achicar a ll protagonista, ello en un patinado de gamas grises que remiten a lo nostálgico, y siendo gloriosa en ese último travelling del parque en que vemos meciéndose a Watanabe en un columpio mientras nieva, y canta “Qué corta es la vida...".
Excelsa la última toma con Watanabe de noche mientras nieva se mece en el columpio del parque que él ha impulsado, ello mientras canta “Que corta es la vida…”, una muy lírica escena donde el protagonista emite que ya puede morir tranquilo, ha alcanzado con el parque la felicidad, Magnífico broche final.
En conjunto sumado lo muchísimo bueno y lo poquísimo malo (el ya mencionado tramo final), me queda una notable película, imprescindible para todo buen cinéfilo que se precie. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: http://conloslumiereempezo.blogspot.com/2017/06/vivir-ikiru-1952-clasico-imperecedero.html
Takashi Shimura realiza una actuación portentosa expresando con su gestualidad el abatimiento y desesperanza, un arco desarrollo sutil pero muy sentido, con ecos al Emil Jannings de “El último” (1924), de una expresividad doliente, angustiosa, mostrando con su hijo una entente cortante y frustrante, contrapunto la enternecedora relación Toya, destilando dulzura, con solo 40 años el actor (ayudado por su fenomenal caracterización) consigue emitirnos ser un cadáver en vida, con sus ojos apagados y su rostro pesaroso, mostrando una intensidad fabulosa; Miki Odagiri como la hipervitalista chica que encandila al protagonista, encarna a Toya de un modo radiante, arrollador, una fuerza de la naturaleza por la electricidad vivaracha que emite; Yûnosuke Itô como el guía de la noche y sus perversiones compone a un personaje con mucha garra, sin caer en la sobreactuación; Nobuo Kaneko como el hijo insensible demuestra muy bien la cicatería desgarradora de donde no hay amor y solo interés económico.
La puesta en escena dentro de ser una obra minimalista demuestra enorme vigor para transmitir el mensaje y estado de ánimo del protagonista, con un gran diseño de producción de Takashi Matsuyama (“Rashomon” o “Los 7 Samuráis”), expresando el mundo ordinario de la burocracia con esas montañas de papeles que rebosan las estanterías, mostradores y mesas y que solapan a los funcionarios, o esas fiestas a las que asiste Watanabe, o por supuesto ese parque bucólico que vemos nevando. Esto atomizado por la fotografía en glorioso b/n de Asakazu Nakai (“Los 7 Samuráis” o “Ran”), ya fascinante desde el principio cuando seguimos en subjetivo a las madres por el laberíntico ayuntamiento, o con esas primeros ultra-expresivos primeros planos de un Watanabe, o esas tomas en que es capaz de seguir acciones en segundo plano (como cuando vemos al fondo la celebración de cumpleaños), o los contraluces sugestivos, o con las profundidades de campo para achicar a ll protagonista, ello en un patinado de gamas grises que remiten a lo nostálgico, y siendo gloriosa en ese último travelling del parque en que vemos meciéndose a Watanabe en un columpio mientras nieva, y canta “Qué corta es la vida...".
Excelsa la última toma con Watanabe de noche mientras nieva se mece en el columpio del parque que él ha impulsado, ello mientras canta “Que corta es la vida…”, una muy lírica escena donde el protagonista emite que ya puede morir tranquilo, ha alcanzado con el parque la felicidad, Magnífico broche final.
En conjunto sumado lo muchísimo bueno y lo poquísimo malo (el ya mencionado tramo final), me queda una notable película, imprescindible para todo buen cinéfilo que se precie. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: http://conloslumiereempezo.blogspot.com/2017/06/vivir-ikiru-1952-clasico-imperecedero.html