Dos pilotos de Fórmula 1, la leyenda Niki Lauda y el olvidado James Hunt enfrentan dos maneras antitéticas de vivir la vida y el deporte en una de las películas comerciales más rotundas -y redondas - que han aparecido en lo que va de año.

Si bien la historia despliega sus encantos en varios frentes - la ambientación de los años setenta, los amoríos de los protagonistas y su sempiterna rivalidad - el plato fuerte sin duda es la recreación del accidente en Nürburgring en 1976, donde Lauda arde junto con su coche en una secuencia a partir de la cual el tono de la película pasa de lo desenfadado a lo épico, rebajando el tono dramático con la aspereza de carácter del supuesto héroe.

El gran segundo acierto es tanto el retrato como la relación entre ambos personajes. Hunt, el alegre playboy y Lauda, el alemán antipático, generan una química peculiar que implosiona de manera espectacular en la lucha encarnizada de ambos por erigirse campeones del mundo. Y esto, aliñado con un índice de peligrosidad impactante (las carreras de hoy día son un paseo de abuelitas comparado con lo que había entonces), hace que la historia alcance cotas de pasión y emoción que recuerdan lo espantosamente vivo que se puede estar rondando la muerte.

Dos buenos actores, dos maneras de entender un deporte: la pasión y la obsesión, lo explosivo y lo reflexivo: el corazón y la cabeza, el tocino y la velocidad...el éxito y la gloria. Se complementan como la máquina cuasi perfecta que es "Rush", quizás la mejor película sobre el particular que se haya hecho nunca.