Pero no, tenía que meter Selznick a su ramplona mujercita haciendo el gilipollas y a jodernos la película.

Pobre William Dieterle que dibujó un sueño en un lienzo y a este sueño lo enfrentó con el mar de niebla de Friedrich, la melancólica belleza de Joseph Cotten, los ojos infinitos de Ethel Barrymore, la niebla en el parque, el faro en la isla, los versos de Yeats, el sueño que lo tenía todo para que soñásemos y entonces ¡plas! viene esa imbécil a despertarnos a todos. Sin ninguna sutileza, sin ningún encanto y con la machacona persistencia no de los hermosos fantasmas, sino de las malas actrices. Oh, sí, tiene presencia ella. Pero coño, que está haciendo de fantasma, no de corista.

Hubiera sido una espléndida película si no fuese porque alguien no se percató a tiempo de que los desastrosos resultados que puede dar lo de mezclar la buena poesía con la mala prosa.