No hay mal que por bien no venga y mi obsesiva aversión por mantenerme limpio de información argumental sobrante ha resultado, en este caso, muy valiosa y profiláctica. Conocer mucho de este espléndido documental (algo fácil cuando una obra audiovisual se convierte en un fenómeno de masas) es privarse de una parte fundamental del placer intrínseco que provoca verlo.

Más allá de la emoción que recorre toda la historia, de su honrada humanidad y de su incuestionable magnetismo, destacan dos elementos aún más importantes: su realización/montaje y su discurso.

Por un lado, el trabajo técnico y artístico asimila el reportaje a la narración propiamente de ficción (lo que redunda en una sensación omnipresente de cuento de hadas que le va bien a lo expuesto) y nos pregunta: "¿Podemos los documentalistas retratar la realidad con técnicas de ficción?". Interesante pregunta. El resultado aquí es óptimo, pero no me atrevo a asegurar que pueda ser igual de lícito en un futuro, y menos cuando pienso en temas graves o trascendentes.

Por otro lado, más allá de la anécdota, el documental tiene discurso propio y original: cómo escapan las obras de arte de las manos de sus creadores y viven por sí solas. Gran aporte empírico a una idea quimérica, poética, abstracta, casi imposible de plasmar en narración e imágenes.

Suficientes y valiosos aportes, a mi parecer, que engrandecen y elevan una historia que, en el fondo, es una (bonita, increíble y emocionante) tontería más propia de cualquier anecdotario de internet que de un documental ganador de un Oscar.

Pero me gusta Rodríguez, sus canciones, su estilo José Feliciano concienciado politicamente y su flema de perdedor, esto es así. Intuyo que montar una doble sesión con 'Inside Llewyn Davis' de los Coen será lo suyo en un futuro no muy lejano.