Magnífica comedia. Contiene algunos gags memorables, amén de unas interpretaciones en estado de gracia, llenas de sutileza cómica.

La idea de parodiar los códigos del cine de terror clásico es de ya por sí original y ayudaría a que la década de los setenta iniciara un sano corriente de cine autoparódico a modo de exorcismo y terapia cultural que sirvió para hacer punto y aparte e iniciar, en paralelo, la renovación de lenguajes y códigos para una nueva época. Es la otra cara de la moneda del cine de vanguardia, la nouvelle vague, el free cinema...

Su engranaje es respetuoso y conocedor del material que aborda, a la vez que tocado por una especial gracia que inunda todo. Imposible no reírse a carcajadas a lo largo de todo su metraje, incluso con los toques de sal gorda. La puesta en escena está muy por encima de lo habitual en este género y quiere dotar a la película de sentido en sí misma, no solo con sus referentes. Lo consigue. Por eso es un hito indudable.