Lo confieso, me equivocaba. Durante mucho tiempo yo creí, como si de un dogma de fe se tratara, que la niebla nunca dejaría ver el valle. Que David Fincher nunca abandonaría la artificiosidad y las trampas sobre trampas para emprender el camino de la madurez (narrativa, artística). Me equivocaba.

Me equivocaba cuando veía en Seven una mera paja mental engrandecida por el poder visual incombustible del realizador de Denver. Me equivocaba cuando proclamaba que Fincher se había cargado El club de la lucha con esa media hora final tan… surrealista. Sí, me equivocaba. El tiempo ha dado la razón a los que lo defendieron siempre a capa y espada. Fincher es un puto genio. Y Zodiac es la obra maestra parida por un realizador de semejante talento en la cima de su cinematografía.

Con un guión de hierro (al igual que los de Munich y La vida de los otros adquiere la forma de un rodillo, que aplasta y extiende, que funciona con la precisión de un reloj suizo), técnicamente impecable, y con un reparto entregado y profundamente comprometido con las ideas y los ideales del director (parece mentira que Mark Ruffalo no estuviera peleando por el oscar a mejor actor de reparto) Zodiac no es un filme fácil. Bajo la apariencia de thriller policíaco, se esconden, como si de múltiples personalidades se trataran, las diferentes almas de una historia poliédrica, oscura, melancólica, añeja.

Esta historia es gran cine y este director uno de los más brillantes de su generación. Dentro de 10 o 15 años miraremos hacia el año 2007, y descubriremos 2 obras maestras, dos clásicos contemporáneos, adelantados a su tiempo que no adquirieron el reconocimiento que se merecían. Uno es Zodiac, el otro There will be blood. Tiempo al tiempo.