Selfie descoloca desde el primer minuto. Porque la podemos etiquetar como falso documental, sí, pero sin embargo no ofrece pistas de porqué graban a Bosco. Es uno de los absurdos ideados por Víctor García León que hacen más ingeniosa su película, que cuenta la vida de un caradura, pepero, pijo, clasista, xenófobo e hijo de un corrupto cuya realidad se ve transformada de la noche a la mañana por la detención de su padre.

Es entonces cuando Bosco se ve obligado a bajar al mundo terrenal: al de buscarse la vida trabajando, al del barrio multiétnico de Lavapies, al de los bares humildes, al día a día de las ongs… y ese contraste nos lo cuentan en clave burlesca, con mala uva, con una ironía que parodia sin piedad a las próximas generaciones que sembrarán, para bien o mal, el futuro de este país.

Probablemente García León haya plasmado uno de los retratos más actualizados de los millennials caricaturizando, a veces en exceso, la polarización existente (PP-Podemos) en la España actual. El director evita lo panfletario, y más allá de la evidente y consensuada crítica a la corrupción, se moja lo justo y parece más interesado en que el relato sea inmediato y verosímil que en la profundidad del mensaje. A Selfie le falta un (SPOILER) desenlace más trabajado para redondear una obra fresca, frívola e ingeniosa, con mucho mérito, que demuestra que el buen cine puede hacerse con escasos medios y que, a veces, en medio de tanto ruido, es un buen respiro reírnos de nosotros mismos.