First Man sacude las emociones y fomenta la reflexión. Quizás no sea la mayor aventura espacial del cine pero es nuestra aventura. La misma que presenciaron cientos de millones de personas de todos los rincones del planeta en un acontecimiento público sin precedentes y del que las generaciones más actuales aún no hemos tenido equivalente.

Chazelle hace un uso medido de la épica y, cuando cree conveniente, nos deja solos y en silencio ante su relato de los hechos, dejando las puertas abiertas a nuestros pensamientos, nuestra interpretación y, a continuación, nuestras emociones.

El joven director hace especial incapié en el sacrificio. Toneladas de gasto público y familias sin padre que quedaron varadas por el camino de la ambición de aquellos dispuestos a dejar sus vidas a un lado a cambio de un sueño. Nos muestra la grandeza de nuestros logros con orgullo, dejando espacio para preguntarnos si tanto esfuerzo valió la pena.

En resumen, traspasa de la pantalla una visión del ser humano capaz de alcanzar metas extraordinarias cuando se lo propone. Si un hombre pisó la Luna en 1969, qué no podemos conseguir ahora. Si la ambición nos llevó tan lejos, no dejemos de usarla para seguir avanzando.