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Voto de lyncheano:
10
7,8
43.447
Drama
Alvin Straight (Richard Farnsworth) es un achacoso anciano que vive en Iowa con una hija discapacitada (Sissy Spacek). Además de sufrir un enfisema y pérdida de visión, tiene graves problemas de cadera que casi le impiden permanecer de pie. Cuando recibe la noticia de que su hermano Lyle (Stanton), con el que está enemistado desde hace diez años, ha sufrido un infarto, a pesar de su precario estado de salud, decide ir a verlo a ... [+]
14 de febrero de 2008
57 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras maestras son, por definición, esas películas de las que uno se siente algo ridículo cuando intenta hablar de ellas, pues prevalece la incapacidad de transmitir con simples palabras todo lo que representan, significan y nos hacen sentir. La primera vez que la vi, estaba preparado para disfrutar de una obra de Lynch nada lynchiana, la menos personal de sus películas. Sin embargo, una vez terminaron los títulos de crédito, llegué a la conclusión (indiscutible, por otro lado) de que alguien que sentía la necesidad de plasmar en imágenes una historia como esta, es porque sin duda la tiene muy dentro de sí mismo, y por tanto la obra en cuestión adquiere de inmediato carácter único y personal, algo que en manos de David supone ser una de las películas más B O N I T A S de la historia del cine. Una obra íntima, personal y universal, porque... ¿qué hay más universal e íntimo en este mundo que el amor fraternal y el análisis personal de toda una vida en un momento dado de la vejez? La historia parte de una simple premisa: un anciano que decide recorrer más de 500 kilómetros con su cortadora de césped John Deere para volver a ver a su hermano con el que hacía diez años que no se hablaba. Simple, enternecedor, adorablemente ingenuo si se prefiere. Pero a medida que vamos entrando en la película, nos vamos dando cuenta de la complejidad de todo este asunto. Complejo como la vida misma, como el corazón humano, porque esta es sin duda la película más bella y directa de David Lynch, hablando, podríamos decir, según el estereotipo clásico de belleza en cuanto a su profundidad visual, sonora y argumental se refieren. Nos dejamos mecer en la melancólica melodía de Badalamenti mientras contemplamos los vastos maizales de Iowa, recorremos la América más profunda e idiosincrásica de la mano de una cálida fotografía que casi parece esbozar lienzos sobre la pantalla, conocemos a todo tipo de personajes que representan el amplio abanico personal de ese país, pero al mismo tiempo descubrimos y nos enfrentamos a la esencia humana que todos llevamos dentro, y es ahí donde la cinta adquiere su sentido completo y universal. Desde la autoestopista embarazada hasta el buen hombre que acoje a Straight, desde el padre en el cementerio hasta el viejo con sus terribles historias de guerra. Todo está envuelto en un aura de reflexión y dulce melancolía, sensaciones tan poderosas que sin duda la cinta merece. Y sin embargo, cuando menos nos lo esperamos, aparece una desesperada mujer que cada vez que se echa a la carretera acaba atropellando a un ciervo. La escena culmina con un extraño plano en el que podemos ver a unos cuantos de estos animales observando a Straight... sin duda son de mentira, de plástico diría yo, y el efecto es tan chocante y maravilloso que los que amamos a este cineasta no podemos por menos que darle nuestra bendición, y los que no le conocen, pasarlo por alto casi inconsciéntemente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Esta escena (que a mi humilde forma de ver su cine pretende metaforizar la angustia existencial de nuestras vidas, en las que día a día nos tropezamos con nuestros miedos sin saber muy bien cómo esquivarlos) junto con un par más, son las únicas puramente lynchianas de la cinta, aunque no debemos pasar por alto elementos tan importantes y recurrentes en su obra como las líneas longitudinales e interminables de la carretera (Lost Highway, Corazón Salvaje), los deliciosos diálogos que salpican la trama, los suaves movimientos de cámara marca de la casa, y sobre todo las bellamente iluminadas estampas de la América de postal que se nos muestran como contrapunto a la lucha interior que se lleva a cabo en las entrañas de nuestro adorable personaje. De todas formas, es injusto tener que buscar estos elementos para poder disfutar de ella, pues se trata de una película que habla por sí sola, con personalidad propia, y Lynch consigue transmitir en imágenes lo que la gran mayoría de nosotros ni siquiera podríamos esbozar con todas las palabras del mundo. Es una experencia íntima, reflexiva, melancólica, que habla de la vejez, de la culpabilidad, del orgullo, de la familia, del amor añejo e incorrupto, de lo que queda de nosotros cuando vemos próximo el fin, de aquello que deseamos hacer para exorcizar nuestros fantasmas, sentirnos puros, libres, vivos y en paz con nosotros mismos. Maravillosa, cuenta con unas interpretaciones a la medida (Sissy Spacek formidable en su papel de hija tartamuda despojada de sus retoños; Richard Farnsworth colosal, consigue mediante su doloroso caminar y su admirable expresividad facial que todos queramos alcanzar una vejez tan adorable y entrañable como la suya, tan llenos de esa energía vital a pesar del sufrimiento físico y mental). Y al mismo nivel que la narración y las interpretaciones, como decía antes, hay que dejar un puesto de honor para la fotografía y para la banda sonora de Badalamenti, que conectan con lo que Lynch quiere contar de una forma casi simbiótica para dar como resultado una obra maestra contemporánea, sin paliativos y sin duda imperecedera. Todo sigue su curso, perfecto, maravilloso y terriblemente hermoso, hasta su memorable y expresivo final callado, nada forzado y a todas luces acertadísimo, con esa mirada al cielo que bien sabe Lynch a quién va dedicada (Jack Nance habita ese mismo cielo que miramos), sublimando nuestro gozo melancólico y dejándonos al antojo de su intuición, pues para los tiempos que corren es un privilegio saber que todavía existan directores que sepan dónde y cómo cortar. De nuevo Lynch vuelve a desmarcarse como el Genio que es, el número uno del cine mundial, y esta vez le damos el 10 con un nudo en la garganta en lugar de arrascándonos la cabeza, para variar.