La enfermedad que causa esta película (a la que hago mención en el título) bien podría ser una ligera amnesia, porque no logra permanecer en mi memoria más allá de las dos horas de proyección.

Eso no quita que sea agradable de ver, pues en el poco apasionado y, finalmente, intranscendente metraje se dejan ver algunos buenos momentos, siempre cobijados bajo una buena banda sonora y, claro, un descomunal par de actores (Norton nunca es el mismo, amo a este tío). La historia peca de previsible, y no se la envuelve del aura mágica que sería necesaria, sin embargo, aunque no haya nada nuevo bajo el sol, se deja ver con absoluta comodidad teniendo el ritmo cardíaco normal.

Como historia de amor no logra emocionar, pero no deja de tener cierto gancho, entre estético y perezoso, que hace de ella un pasatiempo para ver y olvidar, sin volar pero sin estrellarse contra el suelo.