Dícese en psicología de la sensación de angustia que experimenta una persona que conoce de antemano lo que va a ocurrir, cuando nadie le cree. A este trastorno se ve sometido James Cole (Bruce Willis, en un papel mucho más creíble que de héroe lanzamamporros americano), un presidiario al que se le propone conmutar su pena a cambio de obtener información sobre las causas y el origen de propagación de un virus que devastó la humanidad en 1996. Nos hallamos ahora en un futuro que permite viajes al pasado, gracias a los avances científicos realizados bajo la superficie de la Tierra, donde residen los supervivientes de este apocalipsis (la idea no es nueva, pero el argumento resulta atractivo por la trama planteada).
Basándose en una película francesa, Terry Gilliam nos sumerge en sus particulares visiones oníricas, surrealistas y extrañas para componer un puzzle confuso al principio, pero en el que acaban encajando todas sus piezas a la perfección. Además, la cinta ofrece un análisis sobre la mente humana y nos invita a una profunda reflexión acerca del comportamiento del hombre con respecto a la naturaleza y lo que le rodea, pensamiento que atormetará al propio protagonista haciéndole creer si realmente todo es una invención y ha perdido la razón.
No obstante, hay que advertir que "Doce monos" no gustará a todo el mundo, pues por momentos es tremendamente compleja, debido sobre todo a la aceleración de la historia, sus saltos en el tiempo y flashbacks.
Willis es el protagonista, aunque no se quedan atrás en sus papeles la guapa Madeleine Stowe como la psiquiatra que trata a Cole cuando éste es detenido y tomado por un loco, así como Brad Pitt - algo sobreactuado, eso sí, con tanto bizqueo - en su rol de demente mental.
Y no desvelo nada del final porque es lo mejor de la película con diferencia, pese a que los años en que se desarrolla ya hayan transcurrido sin peligro de muerte.