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Voto de El Fauno:
10
7,3
35.283
Ciencia ficción. Drama. Comedia
En un extraño y deprimente universo futurista donde reinan las máquinas, una mosca cae dentro de un ordenador y cambia el apellido del guerrillero Harry Tuttle (Robert de Niro) por el del tranquilo padre de familia Harry Buttle, que es detenido y asesinado por el aparato represor del Estado. El tranquilo burócrata Sam Lowry (Jonathan Pryce) es el encargado de devolver un talón a la familia de la víctima, circunstancia que le permite ... [+]
30 de septiembre de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empezar a escribir un comentario sobre esta historia se antoja difícil. “Brazil” es una película recargada, con tantas influencias y homenajes, con tanto material que rascar, que uno acaba igual de perdido que su protagonista, en largos pasillos repletos de puertas. Tal lo vez lo mejor sea empezar desde el principio. Explicar como descubrí esta cinta, extraña como ella sola. De una imaginería única pocas veces vista en cine.
La película fue uno de esos descubrimientos casuales, que uno no busca, sino que surgen. Fue la opción de una compañera de clase para pasar una tarde de cine en el salón de su casa. Eramos varias personas, aproximadamente unas cuatro y recuerdo que la mayoría ya conocían la película de antemano. La aplaudían como un clásico de culto, como unos de esos filmes que tanto les gusta citar a los jóvenes alternativos de hoy día, amantes de Richard Linklater, David Lynch y Jim Jarmusch. Directores extraños por naturaleza, dirigiendo sus películas siempre al margen de convencionalismos.
Catalogué la película como una excentricidad máxima, la mayor de un director ya de por sí excéntrico. La dejé un poco de lado, no volví a pensar en ella. Pero sembró la semilla. La curiosidad siguió allí. Con ganas de conocer a conciencia el mundo extraño que había visitado, de introducirme en él con todo lo necesario, como un excursionista que se pertrecha de todo lo imprescindible para sobrevivir en un terreno inhóspito, de peligrosa naturaleza.
No ha sido hasta hace poco que me he animado a ello. Y en esta segunda visita, he descubierto muchas riquezas. He comprendido el mundo de Gilliam.
Aparece un televisor, y en él, un anuncio para revestir tuberías que parece sacado de los EE.UU de los años 50. La cámara empieza a abrir el plano poco a poco y se percibe una arquitectura de los objetos muy peculiar y anacrónica. Televisores de diseño retro-futurista aparecen tras un escaparate. De repente, una explosión y, acto seguido, el título de “Brazil”. En luces de neón rosadas y alzándose ante la mirada incrédula del espectador. Ya nos han avisado, ésto ocurre en algún lugar del mundo en pleno siglo XX.
La presentación de Sam (Jonathan Pryce), nuestro protagonista, tampoco aclara muchas cosas. Antes de saber que trabaja en el “Registro de Información”, antes de que nos sirva de guía para penetrar en “Brazil”, antes de eso, lo primero que sabemos de él, es que es un hombre que sueña. Su presentación al público es inmejorable. Se obliga a que el espectador empatice con él, mostrándolo como un ser que sueña con volar los cielos sobre un campo verde, con una etérea princesa a su lado. El choque contra la realidad resulta brusco. Y ese hombre, de aspecto triste y cansado, no tiene nada que ver con el héroe fuerte y deslumbrante de su imaginación.
La película fue uno de esos descubrimientos casuales, que uno no busca, sino que surgen. Fue la opción de una compañera de clase para pasar una tarde de cine en el salón de su casa. Eramos varias personas, aproximadamente unas cuatro y recuerdo que la mayoría ya conocían la película de antemano. La aplaudían como un clásico de culto, como unos de esos filmes que tanto les gusta citar a los jóvenes alternativos de hoy día, amantes de Richard Linklater, David Lynch y Jim Jarmusch. Directores extraños por naturaleza, dirigiendo sus películas siempre al margen de convencionalismos.
Catalogué la película como una excentricidad máxima, la mayor de un director ya de por sí excéntrico. La dejé un poco de lado, no volví a pensar en ella. Pero sembró la semilla. La curiosidad siguió allí. Con ganas de conocer a conciencia el mundo extraño que había visitado, de introducirme en él con todo lo necesario, como un excursionista que se pertrecha de todo lo imprescindible para sobrevivir en un terreno inhóspito, de peligrosa naturaleza.
No ha sido hasta hace poco que me he animado a ello. Y en esta segunda visita, he descubierto muchas riquezas. He comprendido el mundo de Gilliam.
Aparece un televisor, y en él, un anuncio para revestir tuberías que parece sacado de los EE.UU de los años 50. La cámara empieza a abrir el plano poco a poco y se percibe una arquitectura de los objetos muy peculiar y anacrónica. Televisores de diseño retro-futurista aparecen tras un escaparate. De repente, una explosión y, acto seguido, el título de “Brazil”. En luces de neón rosadas y alzándose ante la mirada incrédula del espectador. Ya nos han avisado, ésto ocurre en algún lugar del mundo en pleno siglo XX.
La presentación de Sam (Jonathan Pryce), nuestro protagonista, tampoco aclara muchas cosas. Antes de saber que trabaja en el “Registro de Información”, antes de que nos sirva de guía para penetrar en “Brazil”, antes de eso, lo primero que sabemos de él, es que es un hombre que sueña. Su presentación al público es inmejorable. Se obliga a que el espectador empatice con él, mostrándolo como un ser que sueña con volar los cielos sobre un campo verde, con una etérea princesa a su lado. El choque contra la realidad resulta brusco. Y ese hombre, de aspecto triste y cansado, no tiene nada que ver con el héroe fuerte y deslumbrante de su imaginación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El mundo de Gilliam y Sam Lowry es un mundo recargado. Un mundo abigarrado y agobiante, de fuertes contrastes. Tras la apariencia plácida de un apartamento, se esconden las tripas metalizadas de un monstruo que parece respirar por si solo. Un bosque que surge salvajemente en medio de la cocina y junto al dormitorio. Y nos movemos por el mundo de la pantalla, por salones espaciosos que llevan a sótanos de máquinas gigantes con engranajes múltiples; por pasillos interminables en la planta alta de un edificio con un ascensor con problemas de avería; por más de cinco mil puertas para individuos sin nombre, y con apellido de código. por oficinas cortadas a la mitad para aprovechar el mayor espacio posible.
Es entonces, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que el mundo que vemos en la pantalla no es tan loco y excéntrico, y de qué, si lo es, lo es en igual medida que el nuestro. Que vivimos regidos por una lógica que creemos más obvia que nada en este mundo y que no nos paramos a analizar la incomprensión de muchas de las cosas que rigen nuestra vida, la inutilidad de muchos de los aparatos que reinan nuestra casa a su antojo, de la misma forma que en el apartamento de nuestro protagonista. Que tenemos nuestro ego por las nubes, casi tan alto como esos bloques de ladrillo que repentinamente cortan el paso al héroe en sus sueños, ése que va en busca de la mujer que ama.
El mundo de “Brazil” no es cualquier distopía, ni siquiera es algo alternativo. Es de hecho el dibujo más real que jamas se haya hecho de nuestro mundo. Captando la esencia vital de una sociedad moderna, percibida a sí misma como el “sumun” evolutivo. Súbitamente entiendo que el barroquismo de las imágenes está justificado. Que crean un mundo de una plasticidad única. De una artesanía cotidiana lejos de digitalizaciones excesivas. Y entiendo ese ir y venir, porque, de hecho, el recibo que tenemos nunca esta sellado donde debería. Ese cumulo de códigos y nombres, indispensables para una vida “tranquila”, que rigen el caos organizado de nuestras vidas.
“Brazil” determina una realidad tan ilógica, tan extraña y surrealista que se acaba erigiendo como la distopía más terrorífica que haya existido. La más tenebrosa, por ser, también, la que mejor captura el espíritu de un mundo, el nuestro, que se rige nada más que por una inercia estúpida y carente de esperanza.
Repentinamente Gilliam me ha descubierto algunas cosas que ni yo mismo sabía. Me he dado cuenta de que me encanta su mundo, el loco mundo de las tuberías boscosas. De que es mi distopía favorita, si se puede llamar distopía y no un ficción basada en la realidad. Que me gusta mucho más que otras que en su momento también me deslumbraron. Que me parece una película única y diferente, con mucha personalidad y mucho cine dentro.
Es entonces, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que el mundo que vemos en la pantalla no es tan loco y excéntrico, y de qué, si lo es, lo es en igual medida que el nuestro. Que vivimos regidos por una lógica que creemos más obvia que nada en este mundo y que no nos paramos a analizar la incomprensión de muchas de las cosas que rigen nuestra vida, la inutilidad de muchos de los aparatos que reinan nuestra casa a su antojo, de la misma forma que en el apartamento de nuestro protagonista. Que tenemos nuestro ego por las nubes, casi tan alto como esos bloques de ladrillo que repentinamente cortan el paso al héroe en sus sueños, ése que va en busca de la mujer que ama.
El mundo de “Brazil” no es cualquier distopía, ni siquiera es algo alternativo. Es de hecho el dibujo más real que jamas se haya hecho de nuestro mundo. Captando la esencia vital de una sociedad moderna, percibida a sí misma como el “sumun” evolutivo. Súbitamente entiendo que el barroquismo de las imágenes está justificado. Que crean un mundo de una plasticidad única. De una artesanía cotidiana lejos de digitalizaciones excesivas. Y entiendo ese ir y venir, porque, de hecho, el recibo que tenemos nunca esta sellado donde debería. Ese cumulo de códigos y nombres, indispensables para una vida “tranquila”, que rigen el caos organizado de nuestras vidas.
“Brazil” determina una realidad tan ilógica, tan extraña y surrealista que se acaba erigiendo como la distopía más terrorífica que haya existido. La más tenebrosa, por ser, también, la que mejor captura el espíritu de un mundo, el nuestro, que se rige nada más que por una inercia estúpida y carente de esperanza.
Repentinamente Gilliam me ha descubierto algunas cosas que ni yo mismo sabía. Me he dado cuenta de que me encanta su mundo, el loco mundo de las tuberías boscosas. De que es mi distopía favorita, si se puede llamar distopía y no un ficción basada en la realidad. Que me gusta mucho más que otras que en su momento también me deslumbraron. Que me parece una película única y diferente, con mucha personalidad y mucho cine dentro.