A primera vista, Fanny y Alexander parecería ser menos típica entre las películas de Bergman. En su versión completa (la cual recomiendo), la película tiene una duración de poco más de cinco horas, siendo la más larga de las películas del director, y está en color glorioso, algo llamativo conociendo el gusto de Bergman por el blanco y negro. Tal vez lo más llamativo de la película es su diseño suntuoso, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de obras del director son de bajo perfil, dramas introspectivos con un pequeño elenco y un entorno muy contenida, la gran expansión que es Fanny y Alexander parece ser la antítesis perfecta de una película de Ingmar Bergman. Sin embargo, paradójicamente, Fanny y Alexander es sin lugar a dudas una película con el sello de Bergman. Esto es evidente en la profundidad de la caracterización, la interacción de las emociones y de la ocurrencia de los temas por excelencia del director como la fe, el amor y la naturaleza de la existencia.

También es la más intencionadamente autobiográfica de las películas de Bergman. El personaje central, de 10 años de edad, Alexander, a través de cuya conciencia se filtra la narración, es Bergman en todo menos en el nombre. Es bien sabido que el director estuvo traumatizado en la infancia por su padre, un ministro luterano austero, que está representado en esta película por el obispo Vergerus. Tal vez la razón principal por la que esta película hace una impresión tan profunda en el espectador es porque es una película personal, con Bergman sobre la base de su propia y posiblemente muy dolorosas experiencias de su infancia.

Fanny y Alexander es sin duda una de las películas más accesibles y atractivas de Ingmar Bergman siempre y cuando conozcas su filmografia, aunque no podemos olvidar de que se trata de una pelicula extremadamente profunda, una pelicula diseñada para mirar debajo de la superficie. El atractivo de la película se debe principalmente al hecho de que la mayoría, o practicamente todo lo que vemos lo que vemos es a través de los ojos del joven Alexander. No todo lo que vemos es real, puesto que entra en escena la colorida imaginación del muchacho que da rienda suelta a un montón de vuelos de la fantasía, y muchas veces las cosas se distorsionan o se mal interpretan, como sucedería en la mente de cualquier niño. El resultado final es una evocación onírica maravillosamente efectiva de la infancia, a veces con toques cómico, pero igualmente hay algunos momentos de auténtico arte cinematográfico.