Las películas que generan algún tipo de controversia (recordemos, por la similitud de temática, el caso de La última tentación de Cristo) suelen dejarnos cierta decepción, pero en el caso de El código Da Vinci ésta decepción es mayor si cabe, cuando previamente hemos leído la novela de Brown.
Ya sé que quedaría como muy moderno decir que la obra literaria de Dan Brown era un auténtico bodrio. Pero no voy a decirlo. No. Porque creo que es un relato arriesgado y con
propuestas interesantes. Y porque pienso también que el hecho de que un libro sea leído por millones de personas no nos convierte a todos en borregos. Algo debe tener el agua cuando la bendicen y, a mi juicio, el razonamiento sobre el que se sostiene la novela tal vez no sea el verdadero pero tiene su coherencia.
Recuerdo que cuando estaba leyendo el desarrollo de las primeras investigaciones en el interior de las salas del Louvre y también la forma de despistar a los policías, me
figuré que el planteamiento era perfecto hasta para un juego de ordenador tipo aventura gráfica. Estaba reciente el éxito de la saga Broken Sword sobre los templarios. Pero lo que no
pude ni por asomo imaginar era a Tom Hanks en el papel de Robert Langdon ni a una insulsa Audrey Tautou como Sophie Neveau.
Pero en cualquier caso la película cumple con discreción. Ni es buenísima ni tampoco es el peor film de la historia. A Tom Hanks le reconozco el mérito de haber evolucionado muy positivamente desde sus primeras interpretaciones tipo 1,2,3...Splash hasta el artistazo de La Terminal. Pero aquí está, ¿como decirlo?... Sosón. Ya me entienden. Como no creyéndose nada de lo que pasa. Y bueno, para ser actor no hace falta creerse nada pero es necesario convencer a los demás de que nos lo creemos.
Jean Reno quizás carga en exceso las tintas sobre la dureza de su personaje, pero en general está bastante bien.
En resumen, la película, libre de controversias y comparaciones, tiene suficientes elementos para resultar un film de ¿aventuras? entretenido y por ello, parafraseando otra novela de Dan Brown concluyo que su valor está en el término medio: Ni Ángeles ni Demonios.