Boston, años 80. Mafia, rufianes psicopáticos, FBI, avaricia; mucha avaricia y (claro) tope corrupción…
Cooper (y/o los guionistas, y/o el autor del libro que no he leído) se han estudiado la serie negra (libros y películas) de aquellos años hasta sabérsela al dedillo. Por eso, la Black Mass sabe y huele así… pero con una diferencia capital: es conscientemente blanda.
Cumple con esa sospechada (por mí) en incomprensible consigna hollywoodiense de eludir la brutalidad que se nos presenta en bandeja, aunque vaya en detrimento de lo que buscamos (o deberíamos buscar): el espectáculo (por supuesto, no me refiero a los aspavientos histérico-tecnológicos actuales) puramente realista.
Es un tema con riesgo: el espectador se aburrirá si trata de profundizar demasiado. Se liará entre la cháchara interminable y empezará a preguntarse qué narices le importa todo esto; que sólo ha venido a ver qué hace el Johnny, porque ha visto el anuncio por televisión…
Y es precisamente él, el que hace el esfuercillo de poner mirada “lado oscuro” y cara de perro, para tratar de sacar adelante la aspereza naturalista de una historia que, por momentos, se queda en un delicado y pudoroso remilgo.
En resumen: puedes pasar el rato, si no te lo tomas en serio.