Lo que tienen las películas de incontinencia verborreica es que exigen que quien mira esté ahí, bien metido en las habitaciones llenas de maraña verbal, si no quiere perderse.

No asustarse, que este no es el caso. Si no habéis estado viviendo fuera del sistema solar durante los últimos (¿veinticinco?) años, tenéis tablas suficientes para aguantar la tralla con interés.

Peña y Sorogoyen aprovechan la coyuntura actual (¿ya era hora?) para diseñar un guión en el que la lógica describe una hermosa línea recta que, si no es perfecta, sí es milimétrica en su simplicidad.

Después, Sorogoyen se encarga de convertirlo en una sinfonía psicológica de potente (angustioso, y una pizca brutal) crescendo disfrazada de thriller político, donde la naturaleza humana muestra impúdica sus excrecencias en un barroco strip tease que, una vez más, corrobora la conclusión de Rousseau, permitiéndose, además, finalizar con la graciosa filigrana de dejarnos la «pregunta clave» en el aire, cruelmente abandonada a su soledad… porque sabe que todos conocemos la respuesta, ¿verdad?

Además de lo dicho, cabe destacar el excelente trabajo de montaje, de banda sonora y, por supuesto, de labor actoral.

En resumen: muy interesante, para los que no vayan buscando estimulación artificial.