Techo y comida cuenta, de un modo casi documental, el terrible día a día de una madre y su hijo.

Viendo esta película puedes lamentarte y sentir compasión por las desgracias de la madre, a no ser que seas un cabrón sin corazón, y puedes también llenarte de rabia. Rabia porque en nuestros días sigan pasando estas cosas, rabia por tantas y tantas y tantas historias semejantes que cada vez se vuelven más comunes en nuestro país, rabia por ver a los políticos trajeados tan alejados de estas realidades diciéndonos que que mal están en Venezuela, rabia por ver que el telediario de nuestro país se encarga en mostrarnos las penurias de otros países obviando las nuestras, rabia porque los bancos se antepongan a las necesidades de los ciudadanos, rabia por sentir que no hay más ciego que quien no quiere ver, rabia por escuchar que si alguien está así es porque es un vago o no trabajó lo suficiente, por ver tantas desigualdades, por ver la falta de oportunidades, por saber que el hijo o la hija de la persona que hoy las está pasando putas las pasará putas el día de mañana, rabia por ver cómo el personaje de Natalia de Molina se agarra a la lotería como a un clavo ardiendo, cómo se ve empujada a delinquir, cómo una chica joven tiene que renunciar a todo, incluso a comer, vestir, verse guapa o asearse, porque lo poco o nada que tiene es para su hijo. Rabia por toda su situación, rabia, rabia, mucha rabia.