Muy de vez en cuando hay algo que surge, que se crea, para hacer de este mundo un lugar mejor. Hay veces, pocas, que se nos regala algo que se vuelve inmortal y que se podrá disfrutar por los siglos de los siglos.

Los egipcios nos dejaron las pirámides.
Leonardo da Vinci La Gioconda.
Miguel Ángel nos regaló El David.
Shakespeare nos fascinó con Romeo y Julieta.
Alejandro Dumas quiso dar al mundo la novela perfecta y escribió El conde de Montecristo.
Mozart, Beethoven, Elvis y los Beatles dieron alas a la música.
Maradona elevó el fútbol a la categoría de arte con su gol a los ingleses.

Y una buena noche, a un tipo llamado Sylvester Stallone, se le ocurrió la idea de llevar al cine un personaje marginal, tosco, vulgar, de la calle, bruto, perdedor, sin muchas luces, luchador, sacrificado, bueno y humilde. Un tipo raro, un mindundi de Filadelfia, que vive en un cuchitril, que se bebe los huevos crudos, un solitario que se entrena en la calle subiendo escaleras. Una buena noche creó a Rocky, un personaje que se volvió historia del cine.