Orson Welles es un director de los 70-80 perdido en otro tiempo. Con razón tiene la reputación que tiene. En esta película, como ya hizo en Ciudadano Kane, lo demuestra.

Trabajando con un material de primera, como es el guión de Sed de Mal, Welles crea una puta obra maestra (ojo al "puta", utilizado para enfatizar) imperecedera. Bien porque su historia es una historia tan aplicable al siglo XIX como al XXI, bien porque la capacidad como cineasta de este hombre es superior a la concepción del tiempo. El absoluto dominio que tiene sobre todos y cada uno de los elementos de su obra es acojonante. El ritmo es simplemente perfecto. Los juegos con las sombras son una delicia. Los travellings que se marca este tipo merecen un aplauso.

Vertiginoso tramo final. Welles, a parte, está inconmensurable en su papel de poli corrupto, secundado por un reparto también magnífico. La banda sonora es, ya de por sí, otra puta obra maestra.