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España España · Logroño | Madrid
Voto de Jorge Pardo:
8
Drama. Intriga Al poco tiempo de perder a su esposa Rebeca, el aristócrata inglés Maxim De Winter conoce en Montecarlo a una joven humilde, dama de compañía de una señora americana. De Winter y la joven se casan y se van a vivir a Inglaterra, a la mansión de Manderley, residencia habitual de Maxim. La nueva señora De Winter se da cuenta muy pronto de que todo allí está impregnado del recuerdo de Rebeca. (FILMAFFINITY)
5 de marzo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Rebecca' es la historia de un amor enfermizo. Discurre en Manderley, cementerio de recuerdos, donde la sombra alargada de la muerte se cierne sobre todo un condado. Lo hace en forma de postales, de telas bordadas con una 'R', del rugir de las olas y pasillos sombríos, de mansión ingobernable donde, lejos de tratar de olvidarla, cada uno se empeña en devolverla a la memoria de manera obsesiva, casi fetichista, unos –paradójicamente–, para intentar borrar definitivamente su presencia; otros, para hacer de su fantasma un ente corpóreo.

La historia, de claroscuros, gótica, también tiene, lógicamente, su heroína. En este caso, anónima –a lo largo de la película no se revela su nombre, todo el mundo se refiere a ella como "Mrs. de Winter", "ma'am", "darling"...– y sometida a la desidia y el desprecio. Pero también, aunque insegura, es confidente del mayor de los secretos, su pesadilla y su salvación. Recluida en la enormidad del ala este de su prisión aspirará a desenmarañar los entresijos de su destino.

Y pretenderá soñar con un futuro mejor. Un futuro que, a menudo, vuelve para recordarle que no es tan fácil escapar de las garras de Manderley, reducida a cenizas, y a donde anoche, en su vigilia, regresó. Y estaba ante la verja de hierro. Pero no podía entrar. Entonces, como a todos los soñadores, le imbuyó un poder sobrenatural y atravesó, como un espíritu, la barrera. El sendero serpenteaba y se retorcía y vio que había cambiado, la naturaleza recuperaba otra vez su lugar invadiéndolo con sus tenaces dedos. El sendero se retorcía más y más...
Jorge Pardo
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