Sólo un español testificó en los juicios de Núremberg, su nombre, Francesc Boix, ha pasado a la historia por poner su granito de arena en desvelar al mundo los horrores perpetrados por el nazismo, en aquellos infames campos de concentración construidos a lo largo y ancho de la Europa ocupada.

Es loable que el cine español se atreva con temáticas de esta índole, y la historia de este hombre merece sin duda los esfuerzos y el talento invertidos. Quizá sea por limitaciones de producción, o por una selección de los actores protagonistas cuanto menos discutible, pero tengo la impresión que el arrojo y la épica protagonizada por Boix durante su periplo como prisionero, no se traslada a la pantalla. No veo esa epopeya materializada, la cinta en ese sentido siempre me deja con ganas de más.

Espero en vano que me cuenten más cosas, que afloren los sentimientos y pensamientos de este pobre hombre ante una desventura compartida por muchos españoles, ocho mil pasaron por Mauthausen.

Por tanto abrazo la cinta con sensaciones encontradas. Es necesario que nuestro cine se embarque en este tipo de historias, que arriesgue en propuestas complejas, alejadas de ciertos convencionalismos que lastran su prestigio. No siendo el resultado del todo satisfactorio, prefiero quedarme con el propósito.

Ya saben que el penalty sólo lo falla el que lo tira