Richard Eyre adapta una novela de Ian Mcewan, " The Children Act", para meternos en la piel de una jueza británica, que en el ejercicio de sus funciones jurisdiccionales se va a encontrar con el caso de un menor, testigo de Jehová, que se opone con el apoyo de sus progenitores a una trasfusión de sangre indispensable para salvar su vida.

No estamos ante un drama judicial. La decisión de la magistrada está cantada, velar por el derecho a la vida del menor de edad por encima de consideraciones religiosas. Es en la posterior relación que entablan la jueza y el joven dónde la cinta encuentra tono y pulso.

Con un matrimonio en estado de demolición, caduco ya por el paso de los años, siente cierto desahogo en el comportamiento de este joven, que dando muestras de una creciente madurez, interpela a su salvadora abriéndole reflexiones y pensamientos íntimos.

No sale bien parada esta iglesia en la película. Las propias contradicciones que afloran en este muchacho, con un pie abrazando la muerte ante la confrontación entre razón y una fe rancia e implacable, nos sitúan frente a dilemas éticos y morales de muy complicada digestión, salvo que estemos bajo el influjo de arcaicos dogmas.

Me parece una obra honrada en su planteamiento, meritoria en su desarrollo, y para quienes se queden con ganas de más, recomendaría la ópera prima de Daniel Kokotajlo "Apostasy", tremenda en la disección de determinados valores y creencias de esta polémica congregación