El director italiano Matteo Garrone regresa a los ambientes en los que desarrollaron sus primeras películas para narrar una historia que se basa en un impactante y sangriento hecho sucedido en los años 80.

El protagonista de la historia es Marcello (Marcello Fonte), un tipo noble y tranquilo, un tanto patético que atiende una estética canina, tiene una hija a quien acompaña sus diferentes actividades, pero mantiene una parte de su vida oculta, pues además de consumir, vende drogas.

La tranquilidad de su vida se termina cada vez que aparece Simone (Edoardo Pesce), un tipo enorme que ha estado en la cárcel, es el criminal y principal amenaza del barrio, y es su amigo y cliente, quien de a poco lo conduce por un camino lleno de problemas, incluso llevándolo a la cárcel, pero ante los constantes abusos y atropellos de Simone, Marcello se muestra demasiado tolerante y parece querer domarlo, como a los perros que atiende.

Garrone una vez explora los bajos mundos italianos como ya ha demostrado saber hacerlo, yendo a las periferias en los barrios desolados donde narra la historia de un hombre común y bueno que es puesto contra la pared por diversas circunstancias que lo llevan a tomar decisiones antes impensadas.

Lo notable del relato de Garrone es el nivel de intimidad que consigue en su retrato de este hombre vulnerable que va corrompiéndose a si mismo para no traicionar lo que él considera una amistad, consiguiendo dar forma a un efectivo thriller un tanto mordaz.

El italiano dirige con precisión y contundencia un relato que así lo requiere, con un par de actuaciones poderosas y personajes que parecen humanos, más alguna que otra alegoría donde los perros entran en juego, que conforman una película dura pero convincente.

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