¿Qué es la verdad? ¿Y qué es la realidad? ¿Deben coincidir necesariamente y siempre ambas? Si la realidad la conforman el contraste de varias percepciones subjetivas, ¿qué ocurre cuando tan solo disponemos de una sola percepción objetiva? En este caso, ¿coincidirá esa única percepción subjetiva con la realidad, es decir, con la verdad? Seguramente, podría seguir haciendo preguntas que no tienen una respuesta única, quizás porque lo interesante es la pregunta y no tanto su respuesta.

En su último film, Ang Lee no quiere dar una respuesta única a la realidad; esta es poliédrica y podría ser vivida de muchas maneras. Que un chico especial en todos los sentidos pueda convertir una historia terrible de supervivencia en una historia fantástica que suavice, aunque no diluya, los elementos más dramáticos de lo vivido, entre ellos, la muerte de su madre es quizás lo de menos. Lo importante es cómo supera una situación de soledad y hambre en la inmensidad del océano Pacífico. Y cómo ese trance fantástico y terrible al mismo tiempo le sirve para seguir siendo él mismo, evolucionado y trasladado a otro país, pero no transmutado, porque en esencia es ese mismo chico que luchó con denuedo por ser llamado Pi contra toda adversidad.

En cuanto al desarrollo intrínseco de la historia, hay que decir que Lee consigue un film de una realización solvente aunque no brillante, entretenida pero no memorable; eso sí, una obra muy fuera de lo común, lo que es de agradecer. Hay que reconocer que es todo un mérito hacer una película centrada básicamente en un barca, con tan solo dos personajes, a pesar de que el largo flash-back que constituye la médula del film va siendo interrumpido por escenas que se desarrollan en la época actual; en este sentido, el maestro Hitchcock continúa teniendo la supremacía del alarde con su “Naufrago” de los años cuarenta.

Por último, un apunte personal. Vi esta película en un céntrico y espacioso cine de Murcia con ocasión de una visita a dicha ciudad. Éramos cinco personas en una sala repleta de butacas vacías un domingo por la noche. Por mucho que queramos engañarnos pensando que el futuro del cine está en la red virtual y su visionado con coste cero, mucho tendrá que cambiar las cosas para que la gente del cine siga haciendo cine, tal y como lo entendemos actualmente; por no hablar de subidas de impuestos draconianas.