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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
2
Drama El cónsul de Sodoma es un recorrido por la vida de Jaime Gil de Biedma (1929-1990), uno de los poetas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Su vida es la historia de una contradicción: por un lado, pertenece a la alta burguesía y es ejecutivo de una importante multinacional; por otro, vive su faceta de poeta y homosexual que se rebela contra su entorno familiar e histórico. El sexo, el amor, la literatura y la lucha política ... [+]
2 de junio de 2010
31 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pregunto si los responsables de esta cosa han tenido el detalle de mandar un sobre con parte de sus misérrimas ganancias en taquilla a Joe Dante o a los descendientes de Richard Fleischer, autores, respectivamente, de “El chip prodigioso” y de la más añeja y encantadora “Un viaje alucinante”, en pago por su descarado plagio de la historia que allí se contaba. Lo recordáis, seguro: unos tipos reducidos al tamaño de glóbulos deambulan en su minúscula nave por el interior del cuerpo de un maromo seriamente enfermo. Bueno, esto viene a ser lo mismo, sólo que Sigfrid Monleón y su tropa, tíos sensibles y amantes de lo lírico donde los haya, han decidido que la mejor manera de penetrar en la vida compleja y en muchos aspectos apasionante de uno de los mejores poetas españoles del siglo XX era por vía rectal, directamente a través de su esfínter.

Que la vida sexual de Gil de Biedma contiene pasajes escabrosos es cosa sabida, y nadie que haya hojeado sus diarios o conozca detalles de su biografía va a escandalizarse a estas alturas por lo que esta película pueda revelar. Lo que sí resulta cuestionable es enfatizar ese aspecto de la vida de quien siempre fue muy pudoroso con su vida privada como coartada para hacer de él el atormentado protomártir gay que nunca quiso ser y con la excusa de perfilar mejor su obra poética, como si el título elegido, un parpadeante neón de burdel en la senda gloriosa del cine erótico de la transición, no nos anticipara por dónde irán los tiros. No nos engañemos: lo que aquí importa es ver a Gil de Biedma ejerciendo de mirón o compartiendo fluidos corporales, a solas o en grupo, con adolescentes asiáticos o marineros americanos y cachas, con negros o fotógrafos o putas gitanas, con tipas flacuchas con sombrero cordobés. La poesía, el juego de hacer versos, aquí no pinta nada.

Quien quiera ahorrársela, tendrá bastante con un par de minutos, con las miraditas lascivas y los guiños y sonrisitas picaruelas de peli de Marisol entre Gil de Biedma y un camarero filipino, aliñadas con las frases sentenciosas y pretendidamente irónicas del poeta. El resto del metraje es una simple variación sobre estos primeros minutos, un cargante e interminable potaje de escenas de sexo cursi para monaguillos de Medem y la pedante y solemne cháchara literaria y política de unas figuras sacadas en carretilla de un museo de cera, servidas a ritmo mortecino y amodorrante y entreveradas con poemas recitados por Jordi Mollà con la vocecita meliflua de un obispo.

Cuando dentro de unos años alguien estudie por qué el cine español de nuestros días chapoteó en la indigencia, encontrará en los 109 minutos que dura esta cosa abundante material de investigación. Monleón, sin embargo, ha tildado de viejo chocho a Juan Marsé por cagarse en ella y ha dicho que su peli es “una pica en Flandes” en nuestro cine. Después de verla, se me han ocurrido un par de usos para esa pica, y no precisamente en Flandes. Venga, echadle imaginación. Seguro que acertáis.
Normelvis Bates
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