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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Drama. Terror Alonzo es una de las atracciones del circo gitano de Zanzi. Aunque es manco, arroja hábilmente con los pies cuchillos contra Nanon, la bella hija de Zanzi. A la joven no le gusta que los hombres la manoseen, en especial Malabar, el hombre forzudo. Por eso se siente muy a gusto con Alonzo, pero éste no es quien dice ser. (FILMAFFINITY)
16 de junio de 2010
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuesta reconocer a Vienna en la dulce Nanon, aunque sean la misma mujer y carguen con la misma cruz: enloquecer a los hombres y hacer que bailen a su alrededor, que maten y mueran por ella, ciegos de amor y de odio. Veintisiete años separan a la Joan Crawford de “Garras humanas” de la de “Johnny Guitar”, a la virginal artista de circo que no tolera el contacto de unas manos de hombre que son para ella garras repugnantes y a la turbia y desencantada dueña de saloon, harta también de ser manoseada, que esconde bajo su máscara de ojeras y cinismo la misma absurda fe en el amor puro y verdadero que impide a Nanon ser abrazada por los hombres. Sin embargo, su papel en ambas películas, salvando las lógicas distancias, no deja de ser similar: el de involuntario objeto de deseo y vértice de una tragedia que culmina en inmolación, crimen y muerte.

Quienes aquí bailan a su alrededor son el forzudo y apuesto Malabar y el lanzador de cuchillos Alonzo, el hombre sin brazos, un ladrón y un impostor, que es quien acaba enloqueciendo por el amor de Nanon, a la que desea casi en secreto (el enano Cojo es su único confidente) y por quien es capaz de cometer las más innobles bajezas y los sacrificios más sublimes. Un circo gitano, criaturas extrañas y oprimidas por miedos y pulsiones inexplicables, por sentimientos tortuosos y exacerbados. Personajes ambivalentes que mueven alternativamente a la compasión y al horror. Uno de los varios prodigios de “Garras humanas” es ver cómo la fijación de Browning por lo extremo y lo inusual enriquece el esquema clásico y archiconocido del amor no correspondido o del afecto malinterpretado. Una atmósfera malsana y cargada de tensión sexual y de delirios psicóticos serpentea a lo largo de todo el metraje y acerca a esta peli al terreno de las pesadillas pobladas de demonios interiores. Y lo más curioso del caso es que han pasado más de ochenta años y su poder de seducción permanece inalterable: parece rodada hoy mismo.

Desenterrados en 1968, los apenas 50 minutos que dura fueron durante mucho tiempo poco menos que una leyenda; hoy, son unánimemente reconocidos como la última gran película del cine mudo (“El cantor de jazz” se estrenó unos pocos meses más tarde), una pequeña joya a la altura del genio que la creó. Una de sus indiscutibles claves radica, sin duda, en la memorable actuación de Lon Chaney como Alonzo, un increíble “tour de force” en el que recibió la ayuda del auténtico hombre sin brazos Paul Desmuke y que alcanza su cenit en el momento en que Nanon empuja y retuerce inocentemente en su pecho el clavo oxidado del desengaño, un par de minutos y una sucesión de estremecedores primeros planos que hicieron exclamar a Burt Lancaster, en cierta ocasión, que la actuación de Chaney en esta peli era una de las mejores de la historia. Y quién soy yo, decidme, para llevarle la contraria al mismísimo Temible Burlón.
Normelvis Bates
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