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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Cine negro. Thriller Un sacerdote presencia impotente cómo los niños marginados de su parroquia sucumben a las malas influencias de un criminal que fue compañero suyo de la infancia. Con el paso del tiempo, los dos hombres siguieron caminos muy diferentes: uno abrazó el sacerdocio y el otro se convirtió en un gángster. (FILMAFFINITY)
6 de noviembre de 2009
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las pelis de gangsters más brillantes, emotivas e imitadas (en “The Wire”, sin ir más lejos) de todos los tiempos, “Ángeles con caras sucias” supuso, creo, la primera asociación en la pantalla de dos de los rostros más íntimamente ligados a ese género, los de James Cagney, en un papel de duro y violento pistolero que le va como anillo al dedo, y el de un todavía semidesconocido Humphrey Bogart encarnando uno de esos antipáticos roles que se vio obligado a aceptar antes de que la fama llamara a su puerta, ya entrados los años 40, el del sinuoso e intrigante abogado Frazier, que tratará, el muy iluso, de engañar al mismísimo Cagney. Esta asociación se repetiría, al año siguiente, en la no menos notable “Los violentos años 20”, de Raoul Walsh, otro de los grandes hitos del género.

Pese a lo en principio canallesco de su personaje, James Cagney logra, como casi siempre, que empaticemos con Rocky Sullivan, ese atolondrado e insolente raterillo del East Side neoyorkino que va de problema en problema, siempre en compañía de su amigo del alma Jerry Connelly (Pat O’Brien). Por un delito más bien estúpido es enviado a un reformatorio que no solo no le reforma sino que le malea y envilece y que se convierte en el punto de partida de una carrera criminal que le manda varios años a prisión. Tras salir, Rocky, convertido en un héroe para los ladronzuelos callejeros que han heredado su lugar, deberá enfrentarse al abogado que debía cuidar de sus negocios mientras estaba en prisión y que trata de estafarle, y al nuevo reyezuelo local de los negocios sucios, encarnado, muy convincentemente, por George Bancroft. Sullivan se verá también abocado a enfrentarse con su viejo amigo Jerry, convertido ahora en el padre Connelly, un clérigo que se ha empeñado en sacar del mal camino a los muchachos que siguen los pasos de Rocky.

Rodada con el vigor y la efectiva y limpia sencillez narrativa característica de Curtiz, este duro pero hermoso canto a la amistad viril se beneficia del trabajo de excelentes profesionales como Sol Polito, que saca petróleo del blanco y negro (las sombras de las escenas finales son inolvidables) o Max Steiner, que compuso una excelente y en ocasiones (de nuevo el tramo final) conmovedora banda sonora para la ocasión. Hacen el resto las excelentes interpretaciones de los protagonistas, a los que cabe sumar a la dulce pero encallecida Ann Sheridan y a los “Dead End Kids”, así como un excelente guión que intenta mostrar a Sullivan más como una víctima de una sociedad enferma, que no solo no le ofrece oportunidad alguna de redimirse y mostrar la nobleza de sentimientos que esconde bajo su máscara de matón que como un simple asesino sin escrúpulos ni remordimientos, sino que se alimenta de publicitar su mala fama para contrastarla con su supuesta virtud. La decisión que toma Rocky, tan criticada por algunos, ofrece, desde este punto de vista, muchas más implicaciones de las que en un principio podría aparentar. Y hasta aquí puedo leer.
Normelvis Bates
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