Thomas Vinterberg es un director que en todas sus películas plantea una cuestión moral de gran magnitud y calado y siempre con un nivel cinematográfico de alta escuela. Si encima, el protagonista vuelve a ser Mads Mikkelsen las posibilidades de convencer se multiplican al instante.
En principio el planteamiento de la película puede resultar sencillo e incluso un tema bastante recurrente. Los abusos sexuales o falsas acusaciones son temas siempre presentes en multitud de filmografías.
La grandeza viene en la atmósfera irrespirable que de una forma magistral y progresiva nos va insuflando Vinterberg. Es imposible no identificarse y suplantar la identidad y el pensamiento del protagonista y sufrir por la gran bola de injusticia que se va formando.
El pánico, la angustia y la indignación se van apoderando del espectador. El terror está presente, no porque la película asuste sino por pensar que la mente humana plasmada en la vulgaridad, el miedo, los clichés y estereotipos y el arte de juzgar sea capaz de destruir lo indestructible y de provocar el mayor de los caos.
La reflexión que queda y perdura tras la película es la de pensar lo difícil que es ganarse la confianza, hacerte tu sitio en la vida, tener el respeto y la admiración o simplemente ser tu mismo, para en un segundo perderlo absolutamente todo y que un estúpido error, una confusión, una inutilidad avergonzante te traslade al mismísimo infierno para siempre