¡Qué lejos está esta película de la interesante “El séptimo sello” o de la notable “El manantial de la doncella”! Sí, nadie discute los tres “oscars” a diseño de vestuario, dirección artística y fotografía, pero el de mejor película me parece injustificado. Compitió con “El baile” de Ettore Scola (muy superior a la de Bergman), con la flojas “Carmen” de Saura, “Entre amigas” de Diane Kurys y con una película húngara que desconozco si alguien sabe qué pasó con ella. Ya sabemos del amiguismo y compadreo que reinan en este tipo de certámenes. Lo principal de un film es el guión, es “su historia”. Y Bergman, erre que erre, nos cuenta sus dudas sobre la existencia de Dios, del diablo, del bien y del mal. Pero no lo hace de una forma tan apasionada, sincera y rebelde como en los dos títulos arriba mencionados. Sobre un vestuario que se colorea de todas las tonalidades que puede abarcar el rojo dañando la vista al espectador, nos introduce en la vida de una gran familia aristócrata, insulsa, desprovista de interés alguno. Luego vendrá la gran cagada: Bergman haciéndose pajas mentales y eyaculando miedos y dudas que muchos espectadores saborearán como propios (no encuentro otra explicación a tantas alabanzas por parte de críticos y usuarios).