Vamos con los méritos, que son pocos. El tigre, mayormente digital, y las imágenes del océano Pacífico son bonitas, pero lo mejor es ese recordatorio de Pondicherry. Es decir, que junto a la fastuosa India Británica, existió una India Francesa y otra India Portuguesa, muchísimo más reducidas que la primera, pero no por ello un ápice menos de encanto colonial. En lo demás, una película pastelosa en su comienza, falsa en su continuación y boba en su final. Que conste que al principio creía que estaba basada en hechos reales, con lo cual las trolas que nos van colando me parecían aún más sangrantes hasta que a la postre me convencí de que por fuerza tenía que ser una novela o un cuento pero nunca hechos verídicos. Así es, se trata de la adaptación de la novela homónima de Yann Martel, escritor hispano-canadiense, que a su vez se inspiró en un relato del brasileño Moacyr Scliar.

La película, además de ser un rollo impresionante, por ejemplo la primera media hora es horrible, tiene el problema de ser demasiado pretenciosa. Ni más ni menos que quieren contarnos una historia para convencernos de la existencia de Dios ¿? ¿Lo consigue? En absoluto. En todo caso, con este cuento lo que nos quieren decir es que la religión es una mentira, hermosa, pero mentira al final, un mecanismo para esconder los aspectos más sórdidos del ser humano. O sea, una bienintencionada patraña. Esto en todo caso va con las creencias de cada uno pero lo que es más censurable es que "La vida de Pi" se decante por un resultado que no viene determinado ni mucho menos por los 127 minutos de metraje. Es más, toda la historia con los animales en plan "Madagascar" (2005) y los sentimientos del protagonista pierden cualquier razón de ser por su carácter virtual, estúpido e irreal. Una tontería.