En una ocasión, Bart Simpson, realizando un viaje a Brasil con su familia, se compró un casete para aprender español. Marge, su madre, le avisó que en Brasil se habla portugués, no español; así que Homer sugirió que debía olvidarse de todo los conocimientos adquiridos hasta el momento, puesto que no le iban a servir para nada en ese viaje. Entonces, Bart comenzó a golpearse la cabeza con la mesita plegable del asiento del avión. Y así consiguió su objetivo.

Bien, desde que vi este film, he tomado por rutina: abrir mi armario cada mañana, observar atentamente qué ropa voy a elegir y con una habilidad envidiable, que sólo se consigue con meses de experiencia, dedicar ese momento de reflexión a golpearme la cabeza con la puerta. Los movimientos tienen que ser bruscos, ágiles y acelerados para que surja efecto. Poco a poco voy superando el trauma, pero me va a costar. De hecho, si algún día veo que con el armario no es suficiente, le digo a mi madre que me lance la sanwichera a la cabeza, siempre que no esté utilizando la plancha.
Ya que mi memoria se difumina gracias a estos ejercicios diarios (gracias Bart) no me siento capacitada para hacer un análisis cinéfilo en profundidad. En primer lugar porque nunca lo hago, y en segundo lugar porque esta película lo único que me produjo fue arcadas, irritación y malas sensaciones. La suciedad que cubre el film sale de la pantalla y te atrapa. Cuando termina lo único que deseas es darte una buena ducha e irte a dormir. Fue una pesadilla aterradora, una mala decisión que ya no tiene solución. Mi única esperanza es el olvido; sé que pronto llegará, y podré volver a dormir en paz.