Tan brillante como oscura, la nueva película de Lelio nos sumerge en un mundo lleno de atrocidades, vulneraciones e intolerancia que se ve magníficamente reflejada sin la necesidad de la violencia física recurrente, sino que mediante el arma más dura de nuestra sociedad, el rechazo y las palabras. Usando nuevamente a la clase media chilena(como ya hizo en "Gloria"), logra reflejar las vicisitudes que sufre Marina ante una sociedad que si no es indiferente es hiriente, haciéndola caer en una vida intermitente, bien aludida gracias a la maravillosa fotografía, contra la que pelea día a día. Destacando así también la crítica a la clase alta que se muestra despojada de humanidad, tanto con el círculo externo como interno, donde intentan cuidar a su familia de una falsa amenaza, que solo es miedo a salir de una burbuja y conocer al mundo real. En aspectos técnicos, el director se deja querer con una banda sonora que logra una armonía entre la tristeza, rabia e impotencia de la protagonista, impregnando esos sentimientos en los espectadores, manteniéndonos en linea con ella durante todo el film.
Por último, si bien a ratos se veía un tanto forzada en su diálogos, quizás por un hieratismo que representa la incapacidad de expresión de los grupos minoritarios en este país, Daniela Vega logra hacernos olvidarlo, con una cátedra de expresión facial y corporal que logra clavarte desde el primer minuto, convirtiéndola en la aguja que termina este complejo bordado y no una puntada más.
Una película que sirve de espejo, una película que desprecia las etiquetas mediante el uso de todos los géneros, una película necesaria que sin hablar desde la superioridad moral nos deja una enseñanza desde distintas lecturas.