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España España · Filmaffinitylandia
Voto de Vic:
8
7,8
5.206
Documental Extraordinaria historia del viaje de Bob Dylan desde sus raíces en Minnesota hasta la época de sus comienzos en los cafés del Greenwich Village, pasando por su sonada ascensión al estrellato del pop en 1966. Joan Baez, Allen Ginsberg y otros comparten sus pensamientos y sentimientos sobre el joven cantante que cambiaría para siempre la música popular. Incluye entrevistas exclusivas y, además, secuencias y actuaciones inéditas. (FILMAFFINITY) [+]
25 de enero de 2016
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Palabras mayores, señoras y señores. Preguntad a cualquier cinéfilo de pro que se haya empapado de la filmografía de Scorsese, cuáles de los trabajos del neoyorquino le hacen más tilín. Soslayando la evidente perogrullada, puesto que un sujeto que no haya repasado el currículum de Don Martin ni es cinéfilo de pro ni de proa, por norma ante semejante cuestión emergen de la respuesta títulos que merecidamente copan el imaginario colectivo: “Uno de los nuestros”, “Taxi driver”, “Casino”, “Toro salvaje”... Pero si además ese susodicho cinéfilo de pro, que lejos de ser un impostor se ha dejado caer inclusive por alguno de los documentales del reputado director, siente especial predilección por la música, ni mucho menos sería descabellado imaginar que en aquella lista scorsesiana incluiría “No Direction Home: Bob Dylan” en los puestos de honor (quizá también “The Last Waltz”, aunque ese último vals ahora mismo son otros López). “¿No direction lo qué? ¡Esa no la he visto!”, pensarán varios despistadillos. Pues mal hecho, troncos.

Mal hecho porque estamos ante casi tres horas y media de una densa y jugosa travesía. Ahí es nada. Mas como ocurre con las grandes obras el film atesora la virtud de contraer el espacio-tiempo y esfumarse en un tris. O por lo menos esa sensación tiene este menda cuando hacia el final aparecen las letras blancas sobre fondo negro mientras Dylan le canta a un público hostil aquello de “How does it feel?” de la soberbia “Like a rolling stone”.

En dicha travesía asistimos a la paulatina transformación del joven Robert Zimmerman (criado en un gélido pueblo minero de Minesota del que renegó prácticamente desde la infancia) hasta convertirse en uno de los principales y más controvertidos iconos de la música en la segunda mitad del siglo XX (imposible entender este proceso de autoafirmación sin la figura de Woody Guthrie, a quien idolatró, imitó y a posteriori homenajeó). En buena medida es el propio Bob quien nos permite hacernos una composición de los hechos mediante las honestas confesiones que, pasándose los edulcorantes por el forro, regala al etéreo entrevistador. Confidencias aderezadas por acotaciones de artistas coetáneos y demás personajes que compartieron vivencias con él, confluyendo en descifrar un portento en ciernes cuyo apetito voraz de experiencias y conocimiento llevaría a perpetrar alguna que otra controvertida anécdota derivada de la astucia, y por qué no decirlo, de la sinvergonzonería más ambiciosa. En efecto, en este mejunje de canciones y viajes (físicos e interiores), ligado por impagables imágenes inéditas y por el pegamento de un trabajo de contextualización histórica a la altura de un realizador con el talento por castigo, se nos reparten las cartas boca arriba sin trampa ni cartón.

Esta esponja humana al que apenas bastaron un par de meses sumergido en los locales del Greenwich Village para interiorizar la esencia de una suntuosa colección de artistas y hacerla carne de su carne, elevándola a la excelencia con la amplificación de su privilegiado ingenio, rompió los moldes y ninguneó las expectativas de algunos de sus colegas, pero sobre todo de una airada porción de un público que sintiéndose traicionado por la electrificación de su folk acústico, mutó la idolatría en pataletas continuas. Pero a él, cómo no, lo que pensase o ladrase el resto del cosmos se la traía bastante al pairo. Con la fría determinación de quien se sabe libre y poderoso, con ese gesto desafiante y chulesco del que tiene la sartén por el mango, tras oír lindezas como “¡Judas!”, se giraba hacia su banda (The Band, peccata minuta...) y soltaba: “Play it fucking loud!”.

“Plat it fucking loud!”, que en cristiano significa algo como: “¡Hagamos que estalle la cabeza de ese memo!”.


(Crítica para "LA VOZ EN OFF" de esturionmusic.com)
Vic
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