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Voto de Zinephagus:
7
Comedia. Fantástico. Romance Cuando muere a los 70 años, Henry Van Cleve va al Infierno, donde lo recibe un caballero bien vestido que le exige que confiese sus delitos. Henry comienza entonces a contar su historia: desde niño, su acaudalada familia le proporcionó todos los lujos y satisfizo todos sus caprichos. Siendo ya adulto, llevó una vida disipada, entregado a la bebida y a las mujeres. Pero su vida cambió radicalmente el día en que conoció a Martha Strabel, ... [+]
24 de febrero de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gente más rara del mundo debía ser, para Lubitsch, esa que muestra más benevolencia en sus juicios sobre asesinos, corruptos y malvados que opinando sobre aquellos individuos de costumbres eróticas licenciosas. Para Lubitsch salir de caza fuera del terreno que tienes legalmente acotado, darse a la lujuria, idealizar la carnalidad, no son pecados merecedores de condena al fuego eterno. El Diablo no puede admitir en su finca a quien tiene, como falta más grave de su peripecia vital, una incontenible afición por el ligue. Es una sorpresa, para el viejo calavera, el frenazo que un conserje del averno pone a su ingreso. Al fin y al cabo, sus hábitos son de "alarma social".

"Heaven Can Wait" carece del punto de partida inmejorable en casi todas las películas sonoras de Lubitsch que es un guión muy brillante. Por tanto aquí los cimientos son mucho más precarios que de costumbre en su obra. Lubitsch los fortalece haciendo surgir, a través de un primer nivel excesivamente sujeto a una carpintería convencional de alta comedia, golpes de genio, ráfagas de auténtica emoción, reflexiones juguetonas o acongojantes. Siempre con procedimientos ajenos a todo efectismo: un primer plano revelador, un plano general de corrosiva composición, una réplica verbal improvisada sobre la marcha, esa forma magistral de dirigir actores.

De la cuna a la sepultura, con setenta años de por medio, "Heaven Can Wait" se ciñe, aparentemente, al clásico entramado de una biografía. Pero el personaje de Don Ameche no tiene muchas cosas de las que suelen requerirse para un biopic convencional. No le pasan cosas trepidantes, no interviene activamente en ningún proceso histórico y su carácter, aparte la naturaleza de mujeriego, carece del teórico relieve necesario para sostener una narración tan cerrada sobre sí misma. Del protagonista llegamos a saber que celebra su cumpleaños por todo lo alto cada 25 de octubre, que no conoce penalidades económicas o de otro tipo en toda su vida y que el hobby de la seducción lo es todo para él

La película es como un largo viaje en tren que va deteniéndose, con mayor o menor prolijidad, en estaciones de una vida. El niño mimado, la primera escaramuza con el servicio doméstico, la adolescencia amenizada por una aguerrida institutriz francesa, el matrimonio (con la maravillosa Gene Tierney)... Pero son los años de madurez y envejecimiento lo que hacen remontar la película a los niveles de un Lubitsch grande. El tono se va haciendo elegíaco, muy bien punteado por agudas alusiones verbales e imágenes de la decadencia física, con gran trabajo para el equipo de maquillaje.

"Heaven Can Wait" ofrece una hermosa sensación de fluidez. Nacimientos y muertes, resueltas siempre con inteligentes elipsis, dan una idea de armonía universal. La misma que preside algunas de las últimas obras de otros viejos maestros que ya tienen muy poco cine por delante. El informal aficionado a la opereta parece abrazar una serenidad ultraterrena. Algunas de las secuencias del último tramo las habría suscrito, sin el menor reparo, el propio Yasujiro Ozu.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Zinephagus
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