Primera colaboración entre Paul Newman y Stuart Rosenberg en una película a la medida del carismático actor.

Encarna a un rebelde que es encarcelado por destrucción de mobiliario urbano, (aunque me parece exagerada una condena de dos años a trabajos forzados por romper media docena de parquímetros), que incapaz de adaptarse a las rígidas normas de la prisión intenta fugarse una y otra vez despertando la admiración entre sus compañeros.

Recuerdo verla de adolescente y entonces me decepcionó, no me pareció tan buena como me la vendieron. Recientemente la he vuelto a revisar y tampoco me ha hecho mucha chispa. Disfruto viendo a Newman en todo su esplendor acompañado de un reparto de conocidos secundarios protagonizar una historia de rebeldía e inconformismo en la que se narra la creación de una leyenda. Newman es un héroe para sus compañeros de prisión por sus excentricidades, la mítica escena en la que apuesta a que es capaz de tragarse 50 huevos cocidos en una hora, y por sus audaces planes de fuga.

Si a la calidad del reparto, unimos el guion bien escrito, una banda sonora de lujo a cargo de Lalo Schifrin y la elegante fotografía de Conrad Hall, la película alcanza el siete, también ayuda la escena en la que una atractiva muchacha lava su coche ligera de ropa delante de los presos mientras trabajan. Pero sigo pensando que podía tener mejor nota si la trama tuviese algo más de enjundia.