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Voto de Sergio Berbel:
9
Drama En una Canadá ficticia, se aprueba una ley que permite que los padres incapaces de controlar a sus hijos problemáticos les internen en un centro especial. Sin embargo, Diane "Die" Despres, una madre viuda con carácter, decide educar ella misma a su hijo adolescente Steve, que padece ADHD y que puede llegar a resultar violento. Kyla, la vecina de enfrente de su casa, le ofrece su ayuda a Die. La relación entre los tres se hará cada vez ... [+]
24 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Xavier Dolan, ese precoz director canadiense propietario de un estilo propio desde antes de cumplir la veintena, de una voz reconocible, de un prestigio indiscutible en festivales a sus escasos 30 años, ese autor quizás un tanto egocéntrico pero que nunca defrauda, nos deja un terriblemente maravilloso drama familiar con “Mommy”, un film que rodó con apenas 25 años y que resulta tan magistralmente maduro y profundo como inaudito en un cineasta de esa edad.

“Mommy” hace replantearse desde las vísceras si ser madre es una buena idea, con una intensidad no menor que la exhibida por “Tenemos que hablar de Kevin” de Lynne Ramsay, porque que te toque por hijo un adolescente con problemas mentales, agresivo, con ramalazos inusitados e impredecibles de violencia y de humor terriblemente cambiante no es un regalo de los dioses para una madre. Y así es Steve, el protagonista de la cinta, brutalmente interpretado por Antoine Olivier Pilon, que otorga una sinceridad y credibilidad al personaje sencillamente sublime.

Vale que Diane no es una madre ejemplar tampoco (ojo a la interpretación igualmente portentosa de Anne Dorval), pero quién podría serlo si te toca Steve por hijo. A veces ponerte a su altura es la única salida posible. Suerte que el azar les depara a ambos una vecina como Kyla (lección interpretativa de Suzanne Clément, absolutamente antológica dando forma al personaje más interesante de la cinta), de oscuro pasado en el que el espectador jamás podrá entrar y que le llevó a tener que dejar la docencia en la escuela secundaria y arrastrar una tartamudez fruto de no sabemos qué experiencia traumática. Ese lapsus argumental explicativo otorga a la película del canadiense un halo de misterio que sólo el manejo magistral de la elipsis (increíble en un cineasta de veintipocos años) llena de genialidad.

Con una estética cercana al indie norteamericano, ciertos usos de la cámara lenta y maestría al combinar canciones que forman parte del soundtrack de la cinta, así como una pantalla que se empequeñece para transpirar la angostura de la vida de sus protagonistas de forma gráfica y expresa al estar filmada en formato vertical, Xavier Dolan nos engancha al periplo vital de un trío de perdedores, de fracasados, de gentes a los que la vida siempre les sale mal, de seres abocados a finales infelices e insatisfactorios, plenos de lágrimas y desconsuelos, de desesperación ingobernable, o sea, la vida misma. Sólo se tienen a sí mismos porque nacieron sin estrella, y deben intentar sobrevivir hasta donde puedan arrastrando tras de sí una carga siempre demasiado pesada. Cuando crees que cabe algún tipo de final feliz, resulta ser un sueño.

La radiografía del desencanto que filma Xavier Dolan en esta cinta es tan triste como sincera, y todavía guarda sitio para alguna escena cómica, lo cual demuestra que toda la idolatría festivalera que existe alrededor de Xavier Dolan no es en vano.
Sergio Berbel
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