Roland Emmerich tiene la suerte de desconocer lo que es el síndrome de la hoja en blanco (eso que les pasa a los escritores de que les cuesta arrancar a escribir): cuando no sabe de qué hacer, destroza la Casa Blanca y unos cuantos monumentos de Washington. Si no fallan mis cuentas, es la cuarta o quinta vez que se la carga… aunque esta vez de una manera más prosaica, sin recurrir a cataclismos ni marcianos, únicamente con un consorcio criminal con ganas de armarla en el sitio más protegido del mundo. De hecho, la historia no nos resulta desconocida del todo: el susodicho consorcio criminal (hackers, supremacistas arios, políticos corruptos , mercenarios y soldados decepcionados) elige el peor día posible para secuestrar al presidente: el día en el que un policía infravalorado anda de visita con su hija en la Casa Blanca, lo que obligará a Channing Tatum (que puede que no sea un gran intérprete, pero tiene algo que le gusta a la cámara) a tener que rescatar a su hija, impedir un golpe de estado, reavivar las ascuas de un antiguo amor y salvar al Presidente en menos de dos horas de película. Si alguien da más, que lo diga.

Vale que está ya un poco vista, vale que es poco menos que ciencia-ficción y vale que no tiene más interés que disfrutar… pero, jo, que bien se pasa. ¿Qué tendrá la Casa Blanca de especial, que ver como unos matones la dejan hecha un solar nos resulta tan entretenido? Como de costumbre, Emmerich nos ahorra esfuerzos en pensar (para eso ya nos pasamos 8 horas al día en el trabajo) y nos ofrece un espectáculo perfectamente coreografiado de peleas de todo tipo, explosiones varias, tiroteos de toda condición y una exhibición en primera línea de las más recientes novedades del arsenal norteamericano. Aunque muchos dirán que esto es cine de sal gorda y que un simio sería capaz de rodarlo, yo creo que no siempre es tan sencillo poner en plano la cantidad de elementos que Emmerich hace entrar en juego sin que el espectador se agobie o no sepa muy bien dónde mirar, sin que las explosiones quiten brillo a las peleas sin que estas a su vez desluzcan los tiroteos. Palomitero, pero eficaz, ese es mi Roland, explotando su talento donde realmente se puede apreciar, amortizando de sobra cada euro que cuesta la entrada o cada segundo que empleamos sentados delante de la tele.

Me gusta que las películas respeten mi tiempo y mi dinero, por eso me ha parecido una buena obra. Es curioso que con tan solo unos meses de diferencia se hayan rodado dos películas, esta “Asalto al poder” y “Objetivo la Casa Blanca” de una temática similar, una especie de actualización de “La jungla de Cristal”. Ambas consiguen hacer pasar un rato espectacular al espectador y, para mí, por poco, esta “Asalto al Poder” está un pelín por encima. Me pregunto qué se inventará Emmerich ahora para volver a destrozar el Capitolio….