Tenía yo un pálpito con “Alita: ángel de combate”. Algo me decía que, finalmente, Robert Rodríguez iba a demostrar que no sólo tiene mano para dirigir escenas de acción sueltas, sino que puede también juntar esas escenas con la suficiente seriedad como para hacer una película sin sufrir esos vértigos e inseguridades por el qué dirán que, sistemáticamente, le han venido llevando a devaluar sus obras con un barniz de chabacanería y cutrez para hacerlas jugar en la Segunda División del cine y ser juzgadas bajo los baremos de la serie B. El reto no era sencillo. Una película de corte futurista, de esas que se lanzan a la acción sin demasiado contexto y que nace con deudas narrativas que pueden hacer perder el interés o la atención de más de un espectador. Tampoco es que la línea argumental sea la caña: una revisión cyberpunk del mito de Pinocho con la que incluso el Spielberg se metió la castaña en su desdichada “Inteligencia Artifical”. ¿Podría triunfar Rodríguez dónde fracasó el gran Steven?

Pues la respuesta es que sí. Rodríguez se lo toma en serio (toda la película, me refiero) y ejecuta con notable técnica el guion de James Cameron. La combinación de personajes CGI con actores de carne y hueso es muy correcta, de la que envejece bien y hay abundantes escenas de acción escenificadas con la habilidad que siempre hemos presupuesto a Robert Rodríguez (y que éste siempre terminaba estropeando con golpes de humor innecesarios o exageraciones horteras). Además de la calidad y la cantidad de espectáculo, la película lo maneja con la cadencia correcta, de menos a más, logrando el tempo justo para no aburrir ni saturar. En general, se trata de combates pensados con mucho criterio para enfrentar en cada momento a personajes de potenciales parecidos para que las peleas resulten igualadas e interesantes.

Una de las cosas que no me gustan del anime es que creo que abusa de la elipsis, de no dar más información de la necesaria para entender la siguiente escena, bien porque dan por hecho que eres un experto en tal cómic o en tal universo o bien para mantener al espectador en una incertidumbre artificial que yo, personalmente, no llevo nada bien. Sin embago, en “Alita: ángel de combate”, entre pelea y pelea, Cameron y Rodriguez van soltando píldoras de información para ir entendiendo el contexto general en el que se desarrolla la acción y diría que, al final, queda un panorama bastante claro del conjunto.

Quitando algún agujero de guion, alguna conveniencia oportuna o alguna decisión algo anticlimática, su principal defecto viene dado por su propia naturaleza de ser el episodio inicial dentro de una saga: no puede ofrecer más que un desenlace parcial y oculta información a propósito para cebar las siguientes entregas. Termina sin concretar muchas cosas y deja al espectador con ganas de más, de una continuación que, en la coyuntura actual, no está ni mucho menos garantizada. Pero, juzgada en sí misma, “Alita: ángel de combate” hace pasar grandes momentos y deja un gran sabor de boca. El sabor de la redención de un director siempre en entredicho (por su culpa).