Muy en la línea de su guionista y director, David Lowery, un tipo con notable talento para la composición artística y la creación de atmósferas, para el intimismo y las distancias cortas que, sin embargo, al menos para mí, no consigue nunca poner esa habilidad al servicio de una historia de altura. Curiosamente, las veces que más cerca ha estado han sido de la mano de Disney: una con la, por el momento, última adaptación de Peter Pan (una gran realización saboteada por las directrices nacional-inclusivas de la compañía) y el live action de Pedro y el dragón, en la que exprimió hasta el límite de sus posibilidades un material de segunda al máximo, pero no termina de dar con un libreto que cimiente una película de postín.

“En un lugar sin ley” se queda cerca y, de hecho, de sus películas «serias» que yo haya visto, es la que tiene una historia con más variedad y profundidad en sus tramas. La obra tiene una gran carga emotiva explorando temas de amor, lealtad y redención en la Texas rural, pero sin renunciar a cierta acción y mucha tensión. Desgraciadamente, aunque el planteamiento es prometedor, el desarrollo bajo las premisas narrativas de Lowery asegura una digestión pesada. La nostalgia y las continuas reflexiones de unos personajes cargados de mala sombra y marcados por el Destino desbaratan cualquier posibilidad de disfrutar de la película. Ni de intentarlo, siquiera. Todo en la escritura de los personajes son warnings de que no te encariñes demasiado con nadie. Seguramente no sea una mala película: me gusta la realización y me gusta la historia, pero, combinadas, son un prado de pena. Estoy seguro de que se podría haber contado exactamente lo mismo y haber dejado un mejor cuerpo.