Vuelta de tuerca al archiconocido y archisobado método Gronholm, es decir, meter en una sala a un grupo de aspirantes a un puesto de trabajo envidiable y someterlos a pruebas desquiciantes y desconcertantes que les obliguen a sacar lo peor de ellos mismos y, supuestamente, confrontar al espectador con un espejo de realidad que le abra los ojos sobre lo bajo que está dispuesta a caer la sociedad actual para alcanzar cualquier fin material (como si estuviese ya claro que la gente pierde la dignidad en cuanto hay dinero o fama de por medio ) y cuestionarse qué haría él en esa situación (igual: como si no tuviera claro que pisaría y patearía como fuera y a quien fuera).

Con cientos de adaptaciones al cine del concepto teatral y más de una película sustentada sobre esa base, “Examen” intenta aportar algo de novedad y aire fresco montando toda la parafernalia en un contexto de pandemia mundial y con algún retoque insustancial en elementos marginales, pero no puede evitar pasar por los lugares comunes ni soslayar lo artificioso de la idea, las continuas casualidades para mantener la intriga y hacer que película avance (a las que añade alguna patochada más) ni que el resultado final no se aleje de un capítulo casposo de “El jefe infiltrado”.

“Examen” sobrevive como puede en la peligrosa frontera del zapping y solo ciertos momentos inspirados y la curiosidad por ver qué desenlace le han dado (dentro del reducido margen que permite el concepto) ayudan a resistir la idea de hacer otra cosa y aguantar hasta el final.