No soy una persona de grandes conocimientos cinematográficos, así que, por lo general, un cincuenta por ciento de la nota viene teniendo relación con la idea general de la película y su argumento, un treinta por ciento por la ejecución de esa idea y dejo otro veinte por ciento para interpretaciones y factores intangibles varios. “La estafa” obtiene gran parte de su nota de una historia de esas que hay que contar, de las que confieren al cine una dimensión divulgativa a la que muchos realizadores directamente renuncian, un relato de corrupción institucional a un nivel administrativo medio que pone los pelos de punta precisamente por el grado de desfalco al que se tiene acceso siendo un funcionario de no demasiada relevancia (un inspector escolar de distrito) y por desarrollarse en un área tan delicada como la educación. En otras palabras, si un profesor venido a más puede llegar a trincar, que se sepa, dos millones largos de dólares sin hacer sonar las alarmas, ¿qué no se estará levantando el subsecretario de tal o cual departamento industrial?

Tampoco se puede dejar pasar por alto una gran interpretación del siempre menospreciado Hugh Jackman («buah, le sacas de Lobezno y de los musculitos y es una cáscara vacía») que construye con solidez un personaje complicado al que logra hacer transmitir su dobleces morales. Personalmente, creo que no llega al nivel de “La fuente de la vida”, su otro papel más exigente, pero está lleno de una energía bruta que impacta en cada plano. En el resto del reparto, Allison Janney y el resto de secundarios le dan la réplica con solvencia, aunque con algún que otro personaje mejorable, pero es una película pensada para que todos hagan brillar a Jackman y éste ponga el foco en la historia.

Así las cosas, se entiende que la realización pueda resultar deliberadamente neutra porque el plan sea dejar que los hechos hablen por sí mismos pero creo que Cory Finley se desentiende excesivamente de la parte artística y, exceptuando un par de secuencias con algo de ritmo y gracia, casi todo el metraje podría formar parte de un docudrama con escenas enlazadas por una narración en off. Y, total, para no ofrecer a cambio una inapelable sensación de rigor. Puedo llegar a creerme que fue un diario de colegio el que destapó el escándalo gracias a las indiscreciones e imprudencias de los delincuentes, pero no me transmite credibilidad todo el arco narrativo de los Woodward y Bernstein de EGB. ¿Qué aporta la vida de Jackman en el armario? Los corruptos empiezan siendo unos tíos preparadísimos en el manejo de presupuestos y movimiento de contactos entre bastidores y dos escenas más tarde son unos cutres a los que pillan por cargar las gominolas al erario público.

Pero peor es la sensación de que a “La estafa” le falta precisión, ofrecer al espectador conclusiones sobre un drama y unos hechos que quedan lejos en el espacio y en el tiempo y a los que la mayoría sólo vamos a tener acceso a través de la película. Al personaje se le deja argumentar sus actos de una forma que no sabemos si era un delincuente de serie o forjado por un entorno. A ratos es un maestro del crimen y a ratos un pobre hombre que no pudo resistirse a la tentación del dinero fácil. Tiene actuaciones psicopáticas seguidas de discursos edificadores, alterna narcisismo y altruismo. ¿Cuánto hay de recreación y cuánto de licencia dramatica? No lo sabemos. Si fuese un político local podríamos tener nuestras ideas y nuestros medios para documentarnos, pero aquí nos tenemos que fiar de un Finley que nos ofrece las dos versiones y nos deja a nosotros la valoración final.

Buena película, sí. Interesante, sin duda. Pero con lagunas.