Planteada en lo narrativo como un docudrama de la estirpe de la Bruja de Blair y en lo argumental como un conflicto entre víctima trabajadora y empresa opresora de las que firmaría Ken Loach, “Dos días, una noche” sorprende agradablemente por varios motivos. Primero, porque se desarrolla vertiginosamente como si de un thriller social se tratara, con su protagonista (una muy convincente Marion Cotillard) buscando votos y resquicios en la legalidad laboral con el frenesí de quien desactiva bombas. En este sentido, la película engancha al lograr introducir con cierta naturalidad dosis aventureras en lo que, en el fondo, no es más que un conflicto familiar y personal bastante cotidiano. Incluso el trillado formato visual de seguir a la protagonista con una cámara vibrante no resulta particularmente cargante.

Pero tanto o más sorprendente es que consiga desarrollar y concluir una historia que se presta a poner etiquetas de buenos y malos, sin apenas carga ideológica y manteniendo cierta neutralidad a la hora de plantear todos los puntos de vista. Por resumir, la protagonista vuelve a su empresa tras una baja y se encuentra con que en, su ausencia, sus compañeros han asumido su carga de trabajo a cambio de un incremento salarial, por lo que la dirección les ha preguntado si desean mantener esa situación o volver a la inicial. Aunque puede sonar a una historia un tanto artificiosa y muy conveniente para plantear los debates de los que se alimenta la película (¿un compañero enfermo es un lastre o un ser humano al que apoyar? ¿Hasta qué punto debemos sacrificarnos para ayudar a un compañero de trabajo? ¿debe la empresa proteger sus márgenes si eso implica destruir empleos innecesarios? ¿tiene límites la solidaridad laboral?) no es una situación tan rara como podría parecer y, de hecho, yo mismo la he presenciado: proyecto que se acaban, personal subcontratado que vuelve a su empresa y ésta, si no los recoloca pronto, los despide… a menos que sus compañeros acepten rebaja salarial.

En este caso, Marion Cotillard tiene dos días para buscar nueve votos que le permitan conservar el puesto y los pelea con la intensidad de un Bruce Willis que rescatara a nueve rehenes. Cada discusión permite presentar una situación particular de una persona, aportando argumentos y posicionamientos de toda clase a un debate que, la verdad, resulta interesante y en el que, salvo casos puntuales muy claros, es fácil empatizar con las dos partes y difícil tomar partido. Hay diversidad de personajes, situaciones personales y opiniones y es de agradecer que “Dos días, una noche” vaya más allá del populista «empresa, mala; solidaridad, buena» y, aunque su mensaje final va buscando contentar a todo el mundo, lo hace con inteligencia y elegancia.

PD: por si a alguien le interesa como acabaron mis experiencias en este tema, las dos veces que presencié situaciones del estilo, nunca vi a nadie a favor pagar el precio de mantener a los compañeros en plantilla… y creo que, a largo plazo, es lo que termina siendo más sensato.