Pese a o precisamente porque los productores siempre son el enemigo a ojos del cinéfilo, la inmensa mayoría del subgénero del cine dentro del cine se ha centrado en los ajustes de cuentas de guionistas y directores con el circo de la industria. Compartiendo el tono sarcástico y desencantado que se encuentra en la mejores obras de este tipo ("El crepúsculo de los dioses", "Barton Fink", "El juego de Hollywood", "Ed Wood" o "Vivir rodando") es ahora el momento de dejar opinar al productor.

No digo yo que los productores no hayan cometido unos cuantos crímenes artísticos a lo largo de la historia del cine, pero tampoco me parece justo cebarse siempre con ellos cuando su labor es imprescindible para levantar proyectos que requieren la colaboración estrecha de cientos de profesionales, especialmente en el cine americano.

De ahí la miga de esta autobiografía de Art Linson (responsable de "Los intocables", "Heat" o "El club de la lucha" entre otras grandes películas), de sus peleas con altos ejecutivos que hacen de la usura un arte, con directores-autor con el ego de cristal y con estrellas que apelan a una integridad profesional ridícula. No tan interesante es su vida personal, por mucho que Robin Wright Penn interprete a su esposa, pero episodios como el de la barba de Bruce Willis -que recuerda sospechosamente a los caprichos estéticos de Brad Pitt o Johnny Depp- obligan a su visionado.

A modo de reflexión final lo que más me da que pensar es que la "tiranía" de los altos ejecutivos no ha impedido que esta película haya visto la luz, aunque haya tenido notables problemas de distribución.