Anonadado y con una sonrisa de oreja a oreja me he quedado con esta explosión de sexo y música. Todavía no me puedo creer que en breve vaya a cumplir 35 años. Algo sólo posible en el clima de efervescencia cultural y libertinaje del Londres de finales de los 60 y principios de los 70. En cualquier otro lugar sus responsables hubieran acabado ante la justicia con toda probabilidad.

Generó un culto instántaneo que se manifestó en sesiones golfas especiales en las que se montaban fiestas en la sala de proyección con el público disfrazado, y que incluso cuenta con club de fans en nuestro país. Algo normal dado su status de madre de todos los musicales gamberros y degenerados.

Sin precedentes cinematográficos claros, ciencia ficción de serie B aparte, la fuente de inspiración se encuentra en la música, en el glam rock. Por eso es una cita ineludible para cualquiera que alguna vez haya coreado una canción de Marc Bolan, de David Bowie o de Queen, o que al menos encuentre divertidos el vestuario y los excesos de estos monstruos del escenario.

Se le acusa de que el guión es una estupidez y casi inexistente, pero yo no he asistido a ninguna fiesta desmadrada que no fuera así. Espero que nunca llegue el día en que esta película me moleste.