Si estás dispuesto a visionar "Green Room" con la esperanza de encontrar a los "Chicos del maíz" (Fritz Kiersch, 1984), las huídas del "Eden Lake" (James Watkins, 2008), algo inquietante como "No Respires" (Fede Álvarez, 2016), el gore de "La matanza de Texas" (Tobe Hooper, 1974), o la angustia de "Alta tensión" (Alexandre Aja, 2003) o quizás la claustrofobia de "The descent" (Neil Marshall, 2005), algo original e inteligente como "Triangle" (Christopher Smith, 2009) o "Coherence" (James Ward Byrkit, 2013) e incluso pasar algún apuro al estilo "Saw" (James Law, 2004), es mejor que cuanto antes abandones la idea de raíz si aún estás a tiempo.

La película, lejos de tomarse en serio, más bien parece una absurda parodia de todas las anteriores, sin tener la decencia o el honor al menos de intentar ser un torpe film de serie B. Ya que no vas a encontrar ninguna coherencia o sentido a la trama, te diré que la cinta en sí carece de todo lo bueno que se la supone, hasta el punto que te importa poco o nada lo que se sucede a lo largo de la historia. Los personajes –espantosamente interpretados y donde la presencia de Patrick Stewart es más que testimonial-, provocan más impotencia que empatía, en una cinta rodada con absoluta desgana y una pereza que acaba invadiéndote de tal modo que sus escasos 90 minutos terminan haciéndose eternos.

Puede que el cartel, la sinopsis o en general la pinta que suscita la película hayan llamado tu atención. Hermano, créeme, envidio tu posición si aun estás a tiempo de librarte de semejante absurdez. Huye antes de que te pongan una nariz roja y una peluca para que te unas a la fiesta, donde en vez de nazis sedientos de sangre, bailan payasos al ritmo de punk.