Hacía tiempo que no veía una película de propaganda política tan conseguida como Argo. No me extraña que ganara el Oscar a la mejor película. Es un ejercicio de autocomplacencia hollywoodiana y norteamericana, todos unidos al rescate de nuestros rehenes. Flagwaving a tope, pero con discreción, que no se note demasiado, unas cuentas críticas al sha y a sus métodos de terror (sufragados por los USA), pero lo importante es que la solidaridad se impone cuando se trata de salvar a unos probos nortemaericanos de las garras de los bárbaros (cosa que son, sin duda; fanáticos religiosos dignos de manicomio). Pero vayamos a la película en sí. Es un thriller político trepidante, llevado con pulso firme, pletórico de eso que antes llamaban suspense, y a pesar de que conocemos el desenlace (los buenos se salvan), te retuerces en la butaca angustiado por su suerte. Ben Affleck, que ya demostró en Adiós, pequeña, adiós y en The Town (Ciudad de ladrones) que es mucho mejor director que actor (pero seamos justos; en Argo, parapetado tras una frondosa barba, da el pego), nos sorprende una vez más con una película original (el caso tardó décadas en desclasificarse), un sentido de la imagen y la planificación que deberían aprender unos cuantos inútiles que pululan por la industria, y la capacidad de obtener lo mejor de sus actores, en especial un par de secundarios dispuestos a comerse el mundo (Goodman y Arkin). Lo cual te hace olvidar la propaganda y dedicarte a la película, que es lo que a la postre importa. Me intriga saber qué nos deparará este chico en el futuro.