Inferno es el tercer bodrio filmado por Ron Howard a partir de los bodrios firmados por Dan Brown. Y es el peor, con mucho. Lo cual no quiere decir que los anteriores fueran buenos, pero aquí la desidia es tan manifiesta que lo invade todo como una mancha de aceite. Las novelas de Dan Brown, por llamarlas de alguna manera, abundan más en cabos sueltos que atados (sé de lo que estoy hablando: he traducido Ángeles y demonios y Fortaleza digital, y a veces me echaba las manos a la cabeza; sólo le agradezco los bonitos royalties que me gané con ambas), pero lo de Inferno no tiene parangón. El amigo Howard rueda con desgana, Hanks está fatal, y la trama presenta los cuatro mil agujeros de Blackburn, Lancashire, mientras Hans Zimmer nos atosiga con su banda sonora despampanante. El señor Langdon padece amnesia al principiar la película. Una vez despierto, en compañía de una bella pero sosa doctora (Felicity Jones) ha de recorrer toda Europa, lo cual nos depara las bonitas postales acostumbradas, para descubrir la pista de una conspiración medioambiental relacionada con el mismísimo Dante. En algún momento de la atolondrada acción, su camino se cruzará con un antiguo amor, o asín (la siempre interesante Sidse Babett Knudsen), lo cual da pie a unas escenas de una ñoñería espeluznante.
Es como si a Howard se la sudara lo que está rodando, con perdón. Como Brown es una máquina de hacer dinero, por lo visto da igual lo que hagas, siempre habrá gente dispuesta a dejarse unas rupias en taquilla, como así demuestran las recaudaciones mundiales. Y aún queda otra novela por filmar, y amenazan con publicar la quinta de Langdon en septiembre de este año. En fin...