Que el título no llame a engaño a nadie: de "brûlant", nada. De "aburrido", a paletadas. Quien espere deleitarse con las mareantes curvas y volúmenes de Bellucci, se ha equivocado de película. Tan sólo encontrará un inserto de la diva desnuda al principio, y punto. Philippe Garrel, hijo de Maurice Garrel, es un cineasta muy poco visto en España, a pesar de que lleva casi cincuenta años en activo, pero tal vez sea mejor así después de visionar esta memez. Dos parejas se conocen por casualidad y entablan amistad. Después, se reúnen en Roma. La primera pareja está compuesta por Frédéric, un pintorcete estúpido, presuntuoso y proclive a poner cuernos a su mujer, y ésta, Angèle, actriz de cine, único personaje sensato y creíble de la pieza, que harta de tanta infidelidad se lía con un amigo de su marido y lo deja plantado. La segunda pareja la forman Paul, actor secundario de poca monta muy aficionado a endilgar soflamas revolucionarias, y Élisabeth, una histérica anoréxica de tendencias suicidas. Los cuatro tejen y entretejen relaciones diagonales, soltando cuantas más tonterías mejor, de forma que el espectador se pregunta por qué está sentado en la butaca sin poder abofetear a aquel trío de mostrencos. Si esto pretende ser una radiografía de la generación treintañera actual, que Bakunin nos asista. Un fracaso en toda la regla. Ah, y si alguien presta atención a la banda sonora del mítico John Cale, que me cuente cómo suena.