Hay películas que, la verdad, me cabrean. Carecen del menor sentido, se gastan una porrada de millones en ellas y su calidad es ínfima. ¿Alguien en su sano juicio cree posible encapsular en hora y media una serie de novelas que superan con amplitud, en su conjunto, las cuatro mil páginas? Por supuesto, les agradezco infinitamente que sea tan breve, al menos acabas cuanto antes y te dedicas a otros menesteres. Para colmo, han expurgado al ciclo de sus aspectos más oscuros y siniestros, para transformarla en una obrita apta para todos los públicos, protagonizada por un pánfilo que te saca de tus casillas, cuando el verdadero héroe es el Pistolero, al que el pobre Idris Elba intenta insuflar algo de personalidad. Vano esfuerzo. Por supuesto, la película no tiene ni pies ni cabeza, pobre del que no haya leído los libros o al menos no se meriende el artículo de Wikipedia antes de abordarla. Supongo que habrá tenido su predicamento entre esas tribus de adolescentes amorfos, hinchados de vitaminas y palomitas de maíz, con la gorra de béisbol convenientemente echada hacia atrás, o mejor todavía, de través, indicador muy fiable de serios deterioros mentales. Para un público digamos más adulto, o amante de la obra de King y sus coletazos más ominosos, ver este bodrio supone una pérdida de tiempo irreparable.
Los tres puntos son por la interpretación de Matthew McConaughey. Se nota que el hombre se lo pasó en grande. Lástima que los espectadores no, a juzgar por las calificaciones de FA.